La mañana no quiere aclarar, oscura y azulada se mezcla con el resto de las nubes, asesinando un alba abortado siquiera en el pensamiento.
El frío del otoño se refleja perfectamente en ese cielo tapado y mudo, o al menos así lo siente ella, que en silencio toma la última taza de café en su cuarto, apoyada en su triste ventana.
Su mente maquinó durante días, analizando la situación y las posibilidades, llegando a ese punto de inflexión donde el sentimiento se calla y uno visualiza el camino cegado, focalizando la línea blanca que se abre ante los pies únicamente anhelando un futuro desconocido.
Enciende un cigarrillo que destella la poca luz que irrumpe en la habitación, cortando narcóticamente la oscuridad del aire.
Lo fuma con intensidad, sofocando las penas con cada pitada que penetra su organismo con una inducida relajación, psicológico daño pulmonar que acalla el dolor del hoy.
Camina entre las piedras de su esencia, trastabillando en la duda pero, ya segura, las supera dejándolas atrás, a lo lejos, al igual que el cariño que solía despertar en ella lo que está abandonando.
Nada es fácil en su memoria, siempre fue su propia ayuda y muy lentamente genero lo que deseaba, o creía anhelar, superando todo riel.
Se mira la muñeca izquierda, esa que lleva impresa un nombre que aun hoy le saca una sonrisa de sus delgados labios, leyendo una por una las cinco letras que la tinta lee claramente.
Agarra una hoja vacía, la acaricia, la siente expectante, y a pesar de su verborragia interior, la lapicera esta paralitica, apagada, no sabe por donde empezar con un adiós nuclear, consecuencia de una fricción palpable, un ruido oscuro y molesto.
El papel rápidamente se llena con el signo de su sentimiento, cubriendo todo margen con un porque agotado y melancólico.
El corazón se le desata a medida que va concluyendo, siente los nudos aflojar y el oxígeno entrar por la despejada garganta, como una vaharada de vida blanca que sonríe a lo lejos.
Visualiza cada rincón decorándolo con pasado.
Está cansada, el cuerpo le pesa y la decisión la salpica con culpa, piezas sueltas de un rompecabezas perdido.
Toma su mochila y se envuelve de coraje, dando los pasos finales de un sueño que dejó de ser.
Pasa el último trago amargo, reviviendo el miedo del ayer por un momento, mientras deja la carta en su abrigo y se pierde en su pensamiento por segundos que se convierten en siglos.
La invade una inexplicable esperanza, ilusión de una cura a la razón, una luz que la abraza.
Cruza la puerta oyendo el sosiego, preguntándose en cuál de todos los remedios nadará para encontrar la prudencia de la paz.