Estuve esperando una sensación así, sentado en la cúspide de la ola sensorial, aprendiendo de la calma que nutre estos tiempos templados.
Los sentidos se agudizan, el alma se abriga y yo corro en picada, a un lugar donde la inhibición es ciega y el placer comanda.
Dame buenos momentos, quiero hacer música en tu origen y danzar con tu entraña, satisfaciendo cualquier fantasía caníbal que despierte tu carne.
Después de tanto sigo enredándome en tus cables, el unísono no se ahoga en lo inmoral mientras bebo el jugo plateado.
Tu vientre se tensa de tanta inquietud a medida que revuelvo la creación.
Siento la electricidad fluir en las venas, subiendo el voltaje de la tempestad que en este estado resignado se desata cuando se quiebra la paciencia.
Arboles crecen a nuestro alrededor; las raíces son profundas pero no así el sentimiento.
No quiero lastimarme con otra caída, el hábito resguarda la razón.
El vapor del hambre empaña los dientes, metalizando el sabor.
Abrís la escotilla sin gravedad, ningún Dios está mirando.
Del roce sale estática, estoy cargado de truenos que llenan de violines el sentido; violines que suavizan el dolor y arreglan el desorden.
Los ojos enrojecen, tus piernas se desenfocan con el óleo.
Se terminó nuestra primavera, la noche oscureció las sombras y trajo la distancia que nos unía en el ocaso.
Estoy listo para partir.
Hundamos el silencio, humedeciendo las palabras con la espuma de la mudez.
Cierro los ojos y te veo, adentro mío, seduciendo la lluvia y acariciando las gotas.
Se ilumina el sol, abriendo un nuevo alba tras la agotada luna.
Las pupilas se dilatan y los brazos se contraen.
Me sumerjo en el rio de satisfacción que me recibe como a un viejo amor.
Navego por las aguas del adiós, dejándome llevar por la marea abandonando la corriente del pasado y focalizando la mirada en los faros de la lejana costa, donde descansaré de tu ayer, ya sin tormenta que temer.