Recorrés el prado preocupada pero con emoción, excitada
por la incertidumbre de un edén solitario y hermoso.
A medida que avanzás el entorno parece volverse hacia
vos, observarte con delicadeza y un dejo de admiración.
Te encanta, te infla.
Arribás al arroyo más cristalino que hayas visto en tu
vida y bebés el agua, tragando la frescura celestial de un creador generoso y
publicitario.
Dispuesta a nadar en aquella laguna de paz, atinás a
sacarte la ropa que cubre tus curvas, pero al bajar la mirada te das cuenta que
estás totalmente desnuda, expuesta a cualquier mirada inquisidora y espía que
busque en tus texturas placeres indebidos.
Amagás a cubrirte pero una pícara sonrisa se dibuja en
tus labios: fantaseás con que admiren tu cuerpo, que alguien en este gran mundo
blanco pervierta su pureza con tu línea y se acaricie pensando en tu piel.
Te zambullís en el líquido y comenzás a dar largas
brazadas hasta que de repente notas un movimiento, una silueta, y finalmente,
un rostro mirándote a metros de la orilla detrás de un arbusto a medio
esconder.
Actuás, pretendés que no notaste al muchacho que se droga
al verte saltar en el agua.
Te dirigís por un instinto desconocido en este presente
sin ayer. La fé es algo superficial y te sentís una estrella mientras seguís con
tu mano una exploración animal de tu belleza.
El hombre, tímido y atontado, encara a tu zona con una
actitud que combina confianza y duda.
Tu cara vende deseo y caminás hacia él, dejando caer el
agua con cada paso y descubriendo tu cuerpo, que es analizado minuciosamente
por la mirada extasiada del individuo.
La distancia se anula y la soledad parece algo lejano e
impensado. El hombre alarga sus dedos hasta tu panza y vuela tu cabeza cuando
toca tu alma.
La vida se llena de color, olvidás todo el odio que sentías
en palabras calladas y te cargás de una esperanza lujuriosa digna de los
animales mecánicos que en realidad son los hombres, mientras experimentás un
dolor placentero que te hace tocar el cielo con las uñas.
Caminan juntos, de la mano y a la par por esta naturaleza
nueva y fresca, cuando visualizás ese arbusto oscuro y prohibido que te
pidieron no tocases al darte la entrada mortal. Guiás al muchacho y comenzás a jugar con la corteza,
posándote distraída en la búsqueda de ser amada por un ente hipnotizado que
deambula descostillado e igual.
Envalentonada por la adrenalina del pecado arrancás una
manzana y le pasas tu lengua por su rojiza cáscara, calentando el ambiente y
sacudiendo los cimientos.
Rodeás su cuerpo y le colocás el fruto en su boca, que
sin dudar muerde con hambre carnal.
El espacio comienza a sacudirse, se tensa la creación y
nacen ruidos góticos que anticipan el desenlace inminente.
Aparece un encapuchado distorsionado que sonríe mientras
tira para arriba la manzana mordida y la ataja en su caída, jugando divertido
con la transgresión de la falta.
De él salen bocanadas de humo negro que se disipan por la
raza y viajan hasta la médula
de una especie unida y hedonista.
El mundo se ha pervertido, y todos padeceremos las
consecuencias del capricho de esa manzana prohibida.