22 de diciembre de 2009

conversión

Cansado de mi faceta, decido virar.
Me relajo a medida que mi cuerpo se posa para dar comienzo a la eufórica transformación, ese inevitable y deseado cambio que rotará mi ser, brotando mi esencia y tocándola, sosteniéndola y girándola, dando a lugar el comienzo.
La luna me brinda la solitaria luminosidad en el ambiente, alumbra únicamente mi cuerpo que, tímido, empieza a generar ese verbo que tanto pavor le da a todos los hombres: mutar.
Mi lengua se ríe y mi nariz estalla, pero mi mente, calma y blanca, se divierte al sentir la variación de mi yo.
Siento el aire golpear en mi rostro, los jardines oscuros y encarnados me aprisionan liberándome de todo lo ajeno y protegen mi materia.
Mi pecho tiembla a medida que una radiante luz emerge del centro, mi centro que palpita una notoria abertura despilfarrada en tonalidades blanquecinas.
Levitando se escurre mi alma, dañada por la vida de mi cuerpo pero orgullosa, todavía, y se posa divinamente a un costado, observando los cambios, la transición.
Mis ojos la siguen a medida que sus iris se aclaran, logrando un radiante gris opaco.
Mi cabello se alisa y se alarga, cargado de osadía se apoya en mis hombros que lo reciben como suaves cobijas.
Mi corazón parece ser el único que no disfruta la sensible conversión, y late apesadumbrado, con pulso enjuiciado, discerniendo en mi necesidad carnal, la ineludible reforma que emigra repleto de veleidad sobre mi antiguo ser.
Mi cuerpo se agranda, mi confianza crece a medida que la transformación es absoluta, cargando de arrogancia mis venas, excitando mi mente llenándola de satisfacción y grandeza.
Mi psique, curiosa se adentra por el agujero en mi pecho, y estreno el cuerpo con la sensación más exótica, al ingresar mi espíritu en él y posarse en su medio.
Mi metamorfosis es completa, la luna, callada pero observadora, me ilumina con su matiz más puro, haciéndome sentir, por primera vez, uno.

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