El calor es absoluto, mis poros parecen tapados por un manto invisible que les impide respirar y convierte mi cuerpo a un estado recalentado, necesitado de viento que lo despeje y refresque, algo que lo aireé. Del frío no hay ni rastro y hasta los grillos se suicidan ante las agobiantes temperaturas que la deidad nos brinda, el silencio del verano es total y el estrellado cielo quita cualquier esperanza de una revitalizante lluvia. Completamente sofocado siento el sudor que emerge y cae por mi frente, y cierro los ojos rogando a alguna fuerza divina que nos regale algunas gotas.
De repente el cielo se cubre de un intenso tono violáceo y suenan poderosos relámpagos que traen la esperada tormenta.
El temporal suena contra el suelo, y rápidamente el ambiente se humedece, se moja, y sin darme cuenta, se inunda. El agua cae del enfadado firmamento en cantidades abismales, litros y litros atestan el suelo, subiendo el nivel de la misma, cubriendo el piso, los pastos, la galería.
Me envuelve hasta el pecho en cuestión de segundos y comienzo a inquietarme al percibir que el agua no cesa, y pierdo de vista la mesa, las sillas, al mismo tiempo que comienzo a flotar en el torrentoso río que se ha formado en mi jardín.
Acaricio las rojizas tejas que recubren el techo de mi casa y observo que el agua sumerge todo hasta el horizonte, limite de mi mundana visión.
El verano parece haber desaparecido entre tanto líquido, y mi cuerpo comienza a temblar a medida que su temperatura desciende hasta la del agua que lo rodea, que lo moja, que lo cubre. La misma sigue avanzando y pierdo de vista cualquier techo, hasta las copas de los árboles desaparecen ante semejante tempestad.
Harto de los reclamos de la gente, la fuerza natural que controla el destino y comunmente llamamos dios satisface los reclamos de humedad y frío, y divertido observa la desesperación de las personas que minutos antes lo maldecían por semejante ola de calor.
Se levanta ante mis ojos un océano, un mar que deja atrás el suelo que conocíamos y las cosas tal y como las veíamos, una masa de agua natural, una respuesta a los rezos que tontamente realicé.
1 comentario:
Dios no existe, sabés? Dios es una palabra que inventamos para aferrarnos a algo cuando creemos que no tenemos nada. Pero yo creo que tenemos tantas cosas tangibles de las cuales podemos aferranos, que no hace falta idealizar una fuerza absoluta que responda al nombre de Dios, solo porque alguien lo dijo. Qué se yo.
Por otra parte, el calor me está sofocando, y la lluvia también, no quiero ni una cosa ni la otra, quiero un equilibrio, una especie de día ideal permanente, algo que responda a un catálogo individual de tiempo y clima, eso sería genial, no me digas que no.
En fin, hacía rato que no chusmeaba por aquí y me doy cuenta de que mantenes tu estilo y los textos siguen un hilo conductor, lo cual está bueno, es como si pertenecieran todos a un mismo libro.
Me voy a dormir que mañana madrugo para acompañar a Mutti a capital, te quiero tomi.
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