Estoy volando en un cielo violáceo y fresco que duerme mis mejillas con inconcientes ventiscas que nacen y mueren antes de poder resoplar.
Mis ojos, cansinos y entreabiertos, vislumbran las trangiversadas creaciones de un Dios divino y culpable, silencioso pero artista.
Planeo en cámara lenta y avanzo despacio, emanando relajación y tranquilidad por el cósmico paseo.
Aparecen en escena animales no descubiertos, gigantes azulados y nubes suicidas, que en el momento en que mi distorsionada mano siquiera las rozan acaban con su vida desapareciendo en el aire, desintegrando su algodón.
Al lado mío flotan aves hermosas, repletas de colores brillosos y matices eclécticos, que flamean con un estilo y calma digna de admirar.
Sus plumíferas alas se pavonean con una gracia inexplicable y su mirada, clara y entera reconforta mi interior.
Avanzo casi sin darme cuenta, dejando atrás una vida de excesos y carencias.
Las luces repentinamente comienzan a titilar, entrando en un compás frenético que dilata y contrae mis enloquecidas pupilas que no toleran los sintéticos cambios de iluminación y planifican, cómplices, estallar; las escucho tramándolo pero poco importa ya que el vuelo es total.
Miro mi piel y me encuentro repleto de rombos, blancos y negros que recubren mi exterior, dibujándose en mi cuerpo como impresiones sobre una blanca hoja, ajena al color y roce.
Alto, subo más alto mientras las sombras ocultan aquello que voy dejando abajo, y acordes de alguna canción irradian de cánticos y rock el paseo alado.
Aparecen delante mío, como si fuera una proyección antigua, fotografías en gamas grises de rostros, personas que levemente reconozco con mi narcótica memoria, entrelazados por mensajes en letras grande y finas, que me divierten con el contraste que las mismas encuentran con el fondo: AMOR, ARTE, ÉXTASIS, SEXO, PUENTE, CAOS, BOCA, POLVO, NADA, CUERDA, TODO, BASTA, MÁS.
Mi cabeza se mueve con la métrica de la música aunque no soy yo el que controla los rítmicos desplazamientos del desobediente cráneo.
No puedo descifrar si esto es un sueño o una inducida alucinación, solamente sé lo que alguna vez supe.
La oscuridad es cada vez más plena y un poco de paranoia emerge en mis vejadas venas, que la ven crecer y desarrollarse como si se tratase de un virus rebelde y malicioso
¿Y si es un virus incurable y malicioso? ¿Qué pasa si la paranoia no se marcha y me enferma? ¿Qué pasa si alguien me lastima? ¿La paranoia puede matarme?
Empiezo a dejar de disfrutar la vuelta por este universo comatoso, mi rostro se humedece por los nervios y mis órganos se anudan en mi panza, indicándome malos presentimientos.
Estéticas burbujas florecen en el espacio, rápidamente me rodean y con la misma velocidad, se despiden explotando sonoramente, bombardeando la galaxia de caos y preocupación, estallan inescrupulosamente incendiando todo.
La locura crece cuando aparecen una especie de espectros que portan mantos negros; se me acercan y susurran al oído sicóticas palabras, llenándome de temor.
No me tocan pero su simple roce congela mis arterias, que transportan lenta y gélidamente mi enfriado combustible.
Montañas de hielo aparecen en el horizonte, seguidas por una tajante nieve y escarcha que bajan la temperatura a lugares donde Celcius carece de medición.
Los entes se sonríen, carentes de rostros, al sentir como la oscuridad se agiganta.
Se marchan murmurando en lenguas desconocidas y en el camino brotan pálidos globos de un violeta fúnebre, y allí abajo logro distinguir tumbas, cruces de un gris añejo, devotas a algún Dios que aquí claramente no tiene jurisdicción.
Presiento que el trayecto va llegando a su fin, y me invade un sentimiento de nostalgia, pues no deseo abandonar algo tan perturbadoramente bello, no quiero terminar de morir.
La opacidad se disipa y es reemplazada con una luminosidad dinámica, que sube vertiginosamente su voltaje, imposibilitando un enfoque digno.
Me despido de mi pasado, de la vida perdida entre los escombros de mi memoria y del universo transitado, cuando un claro resplandor finaliza mi conciencia.
Muy lejos de allí, en una medicinal blanca cama, mis ojos se abren lentamente para vislumbran mi cuerpo repleto de tubos y cables.
Y a pesar de que me encuentro bastante atontado logro reconocer las caras de las personas que me rodean, aquellas que estaban en las fotografías proyectadas en el dulce coma, que supe abandonar.
28 de septiembre de 2010
21 de septiembre de 2010
la amiga diferente
Desde chiquito supe que algo en vos no era normal, no estaba “bien”.
Siempre te llevaste mejor con las mujeres y al pasar los años generaste cierta repugnancia al sexo contrario y una dual visión hacia tus iguales, que con su pelo largo y sedoso y curvilíneas figuras perturbaban tu moral, sacudiendo el catolicismo mental y bombeando con interés una pervertida sangre adolescente.
Sin embargo siempre tuviste novios, nunca te animaste a dar el paso y abrir la puerta del tan conocido closet, que en tu caso era una bóveda sellada, un cuarto desdibujado sin puerta ni ventana, una vibrante bocanada reprimida en algún lugar del cuerpo.
También se fueron manifestando signos de un virtual placer al resultar lastimada, y no me refiero herida a nivel emotivo, sino a dulces golpes físicos, al principio involuntarios y normales, lecciones de la vida, convirtiéndose al pasar los años en impúdicos roces y atractivos flagelos.
Es inevitable sufrir cuando uno carga un lésbico sentimiento que se resguarda en un camuflaje, y la verdad que ese era el único dolor que tu masoquista cuerpo no disfrutaba.
Y dejando las apariencias de lado, poco a poco fue saliendo a luz esa inmoralidad que escondías y que solamente los que mas te conocíamos sospechábamos.
Repleta de alcohol comenzaste a salir más y a intercambiar saliva con bellas mujeres, siempre exuberantes, con las que te mecías en la directa e inconfundible danza del deseo sexual.
Al pasarse el efecto de lo ingerido adjudicabas la culpa al alcohol, y te avergonzabas de los episodios mostrados, pero por dentro tu sentimiento iba sonriendo, sintiendo suavemente, como la metamorfosis era inminente, y tu atrevida pasión saldría a flote, cantando victoria como los discos de lady gaga que siempre escuchabas, compenetrándote con una cantante que expresaba lo que vos sentías, y a la que también deseabas.
De repente viniste a mí, compungida y sollozante, a contarme que habías hecho algo terrible, algo inadmisible y atemorizante: te habías acostado con una mujer.
Nadando por el río de lágrimas me narraste los detalles del acto con esa morocha que tanto te calentó, buscó y tenazmente, encontró.
Había sido áspera pero dulce, como vos lo imaginabas y mejor aun, y eso era precisamente lo que temías y odiabas, la verdadera causa de tanta tristeza y preocupación era que realmente eras lesbiana.
Te consolé, te abrace y te dije que lo sabia hace tiempo, que me había dado cuenta desde púberes memorias, y tiempos inocentes.
Los meses pasaron, los años se esfumaron y cuando me hayo escribiendo este mail que probablemente nunca entregare, me doy cuenta del tiempo perdido.
Vos conociste a un publicista culto y encantador, que con su confianza y velocidad te domó y adiestró a una vida completamente modelo, convirtiéndote en una típica ama de casa.
Tenias 2 hijos, eras amiga de las otras madres del country, hacías tenis y yoga, ibas de compras y le hacías el amor a tu marido varias veces por semana aunque de manera mecánica y aburridamente común, nunca con el frenesí que aquella morocha había desatado en tu armoniosa carne con esas liberadoras palmadas e inmorales azotes.
Cada tanto nos hablamos, nos mandamos mails para las fiestas y cumpleaños, y ocasionalmente nos cruzamos en algún café o reunión anticipadamente planeada.
Nuestra amistad se hilvano, empujados por la vida nos descubrimos en caminos diferentes y nunca más hablamos de aquella grisácea tarde en la que me confesaste tu secreto.
Siempre voy a guardar este texto, expectante en alguna parte de mi notebook, atento a cualquier indecente noticia tuya que invada mi mail con novedades y comentarios.
Te lo voy a regalar el día que abras la puerta y salgas al libertinaje sexual que solo esa concupiscente morocha pudo desatar.
Siempre te llevaste mejor con las mujeres y al pasar los años generaste cierta repugnancia al sexo contrario y una dual visión hacia tus iguales, que con su pelo largo y sedoso y curvilíneas figuras perturbaban tu moral, sacudiendo el catolicismo mental y bombeando con interés una pervertida sangre adolescente.
Sin embargo siempre tuviste novios, nunca te animaste a dar el paso y abrir la puerta del tan conocido closet, que en tu caso era una bóveda sellada, un cuarto desdibujado sin puerta ni ventana, una vibrante bocanada reprimida en algún lugar del cuerpo.
También se fueron manifestando signos de un virtual placer al resultar lastimada, y no me refiero herida a nivel emotivo, sino a dulces golpes físicos, al principio involuntarios y normales, lecciones de la vida, convirtiéndose al pasar los años en impúdicos roces y atractivos flagelos.
Es inevitable sufrir cuando uno carga un lésbico sentimiento que se resguarda en un camuflaje, y la verdad que ese era el único dolor que tu masoquista cuerpo no disfrutaba.
Y dejando las apariencias de lado, poco a poco fue saliendo a luz esa inmoralidad que escondías y que solamente los que mas te conocíamos sospechábamos.
Repleta de alcohol comenzaste a salir más y a intercambiar saliva con bellas mujeres, siempre exuberantes, con las que te mecías en la directa e inconfundible danza del deseo sexual.
Al pasarse el efecto de lo ingerido adjudicabas la culpa al alcohol, y te avergonzabas de los episodios mostrados, pero por dentro tu sentimiento iba sonriendo, sintiendo suavemente, como la metamorfosis era inminente, y tu atrevida pasión saldría a flote, cantando victoria como los discos de lady gaga que siempre escuchabas, compenetrándote con una cantante que expresaba lo que vos sentías, y a la que también deseabas.
De repente viniste a mí, compungida y sollozante, a contarme que habías hecho algo terrible, algo inadmisible y atemorizante: te habías acostado con una mujer.
Nadando por el río de lágrimas me narraste los detalles del acto con esa morocha que tanto te calentó, buscó y tenazmente, encontró.
Había sido áspera pero dulce, como vos lo imaginabas y mejor aun, y eso era precisamente lo que temías y odiabas, la verdadera causa de tanta tristeza y preocupación era que realmente eras lesbiana.
Te consolé, te abrace y te dije que lo sabia hace tiempo, que me había dado cuenta desde púberes memorias, y tiempos inocentes.
Los meses pasaron, los años se esfumaron y cuando me hayo escribiendo este mail que probablemente nunca entregare, me doy cuenta del tiempo perdido.
Vos conociste a un publicista culto y encantador, que con su confianza y velocidad te domó y adiestró a una vida completamente modelo, convirtiéndote en una típica ama de casa.
Tenias 2 hijos, eras amiga de las otras madres del country, hacías tenis y yoga, ibas de compras y le hacías el amor a tu marido varias veces por semana aunque de manera mecánica y aburridamente común, nunca con el frenesí que aquella morocha había desatado en tu armoniosa carne con esas liberadoras palmadas e inmorales azotes.
Cada tanto nos hablamos, nos mandamos mails para las fiestas y cumpleaños, y ocasionalmente nos cruzamos en algún café o reunión anticipadamente planeada.
Nuestra amistad se hilvano, empujados por la vida nos descubrimos en caminos diferentes y nunca más hablamos de aquella grisácea tarde en la que me confesaste tu secreto.
Siempre voy a guardar este texto, expectante en alguna parte de mi notebook, atento a cualquier indecente noticia tuya que invada mi mail con novedades y comentarios.
Te lo voy a regalar el día que abras la puerta y salgas al libertinaje sexual que solo esa concupiscente morocha pudo desatar.
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