12 de diciembre de 2010

la hamaca

Inmerso en las conversaciones y temas discutidos con las dos personas que me acompañan la caminata lunar toma un rumbo conocido y nostálgico, que, inconciente y ajeno, no noto.
Nuestros pies nos depositan en los límites de la pequeña plaza, que incontables veces recorrimos y hace tanto no pisamos.
Los tres nos miramos e internamente nos preguntamos lo mismo: ¿Cómo llegamos acá?
Nos sonreímos con silencio y avanzamos hacia la memoria.
Miro cada rincón redescubriendo sensaciones perdidas y me sorprendo con la proyección de imágenes que bombardean sonoramente mi mente.
Acaricio superficialmente el verde, pasando mis manos por sobre las plantas, rozando lo natural.
Entro en la superficie arenosa que mis pies desaprueban al sentir que las zapatillas se inundan de una arena rancia y antigua, disgustando la piel.
La razón se adormece al ver las hamacas en las que madrugadas olvidadas nos sentamos y confesamos lo profano, compartiendo lo profundo, siendo lo que éramos, con una libertad que solo se alcanza en un lugar adecuada con gente adecuada.
La memoria me sacuda la personalidad, pintándola con el pasado, el adolescente sentimiento de oveja camuflada de lobo.
Mis dedos abrazan las gastadas cadenas a medida que rodeo el juego con un triste gesto dibujado en mi boca muda.
La despintada madera me recibe con cansancio cuando siento mi carne en ella, reverberando lo perdido.
Con unos gramos de pícara emoción, sintiendo que rompo las reglas de la adultez al bajar al peldaño del pasado, comienzo a tomar impulso.
La velocidad aumenta, y para cuando enfoco la mente siento que estoy volando inerte en un espacio desfigurado y manchado de recuerdo y color.
Percibo una aburrida libertad que abandona momentáneamente las ataduras modernas entregándose al misticismo de lo mundano, simple y reconfortante.
El viento recibe a mi cara con una tranquilidad y frescura inexplicables.
Floto despreocupado, estimulado por el olvido, la desesperante represión mental que acompaña la responsabilidad.
Una dosis de relajación, sensación zen y espiritual me lleva a un estado llevadero, de entrega total, mientras juego a ser lo que era.
La agilidad aminora, el universo vuelve a ser visual y disgrafico, digno de los tiempos que transito.
Desciendo del vehiculo sensorial y voy en búsqueda de mis pares.
Al encontrarnos en el oxidado banco en el que solíamos sentarnos volvemos a mirarnos con la misma vitalidad y perspicacia con que años atrás lo hacíamos.
Sin decir una palabra emprendemos la vuelta al presente, ese cotidiano adulto equilibrio en el que tantas cosas del pasado se pierden con el diluvio.

8 de diciembre de 2010

bocanada inmoral

El rock corre por mis venas, fluye como agua en el río, emanando por cada celula y poro la esencia de este estilo de vida, de trabajo y camino.
Hace años ya que probé el agridulce gusto de la tan deseada fama, hecho que cambió el rumbo de mis días, la actitud de mi ser.
Las estrellas giraban en torno a mí, y el cósmico escenario planteado con cada ocaso se había convertido en mi patio de juegos.
Ya no solo se trataba de la música, de los acordes perfectos o de las letras personales, todo pasó a convertirse en una sola palabra: más.
Más éxitos, más cambios, más horas despierto, más actos de presencia, más sexo, más deterioro, más menos.
La vida se convirtió en una fiesta eterna, un recorrido inmoral y solitario, repleto de espejos de colores y polvos mágicos que confunden hasta el mas incorruptible.
La gente vitorea mi nombre, canta mis canciones, paga sueldos para verme tocar, teniendo el alma popular en mí poder, ese inconciente colectivo del que tanto hablaron, en la palma de mi mano.
Siento el mundo a mis pies, las mujeres en mis brazos, el dinero en mis bolsillos y la soberbia en mi centro rebalsando el ego.
Sin embargo el camino no pasa de ser una ilusión verbal, un concepto traicionero y caníbal que roe todo pensamiento lineal y sentimiento verdadero.
La carne se llena de lujuria, las personas son efímeras, la mente se gasta y Dios se retira, mirando hacia algún agujero donde tenga jurisdicción y la razón sea.
Me siento macizo pero estresado, como una roca que se va agrietando y teme partirse.
A pesar de la cantidad de gente que tengo alrededor estoy solo; todos me quieren pero ninguno me conoce, siendo el desconocido mas renombrado.
El personaje supero al ser, la idea a la práctica, el icono al individuo, sepultando un alma cansada e intoxicada, hastiada del paisaje.
El oro cae desde el cielo y los relojes se detienen, las noches parecen no terminar nunca y me veo inmerso en una longeva danza carente de luz en la que la oscuridad cubre lo bajo y animal del ambiente, silenciado el exceso.
Despierto ocasionalmente, sombrío y dependiente, actor de una realidad acomodada y un glamour idílico y falso.
Floto inconciente con el pensamiento vegetal del todo y la nada, callando el ansia del yo y ensuciado lo puro.
La vida es una cortina de humo, una laxa bocanada de un tiempo tornasolado y caprichoso que en el momento menos esperado, se acaba.