Desde sus comienzos, los medios de comunicación masiva supieron estar en el ojo de la tormenta en cuanto a controversias, persuasión y cuestiones de poder. Los periódicos supieron sentar posición durante la etapa de la prensa faccional, siendo prácticamente modelos de propaganda de los diferentes partidos políticos que había en la época. Pero con el desarrollo de la prensa moderna y basados en un modelo de empresa los medios comenzaron a tener fines de lucro y su propósito, rol y función cambio. Ya no eran partidarios de una doctrina ideológica (o al menos no lo admitían abiertamente) sino que su fin era informar lo más objetivamente posible para atraer a un mayor número de consumidores y así, generar mayores ganancias.
Junto con los diarios, la radio sostuvo un acelerado progreso en las primeras décadas del siglo XX, siendo una plataforma de entretenimiento e información al que ciudadanos de toda clase acudían. La TV y el cine terminaron de masificar, por así decirlo, a los medios de comunicación y su alcance, ingresando en los hogares de miles de personas y convirtiéndose en tema de debate y sitios de referencia.
La República Argentina ha transitado, a lo largo de su corta historia, situaciones de conflicto entre los medios dominantes y la clase gobernante, pero nunca con la vehemencia y extremidad como la que ha ocurrido desde que comenzó la primer presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, electa como tal en el 2007, y que se mantiene hasta el día de la fecha, cada vez con mayor ímpetu, acercándose el tan renombrado 7D (sigla que hace alusión al 7 de diciembre del 2012, fecha en la que se pone en vigencia el artículo 161 de la Ley Nº 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual) que dio comienzo a una guerra mediática entre el Grupo Clarín y el aparato Kirchnerista.
Los medios variaron y varían sus roles, y aún hoy es imposible asegurar con total seguridad una función primordial. ¿Es como esbozaba en sus textos Harold Laswell, que aseguraba que las funciones de los medios eran entretener, educar o informar? ¿Conforman, como dice Ignacio Ramonet, una estructura de poder que controla gobiernos?
La historia de los medios de comunicación masiva ha sido veloz y variante, como se ha mencionado anteriormente. El traspaso de la prensa faccional al modelo de prensa moderna con que los medios dejaron de tener un fin doctrinario y político para ser lucrativos cambió, entre muchas cosas, su alcance y efecto. La sociedad fue creciendo y a su par lo fueron haciendo los medios, acompañados de inversión, publicidad y cada vez, mayor consumo.
Durante casi todo el siglo XX, los medios supieron ser un sitio de referencia, un lugar en el que los ciudadanos confiaban, por más descabellados que fuesen las transmisiones o los mensajes que los medios brindaban (un perfecto ejemplo para esto se dio en la sociedad norteamericana con el caso de La invasión de Marte de Orson Wells, programa emitido en octubre de 1938 simulando un ataque marciano que generó una gran polémica y reacciones totalmente variadas por parte de la audiencia, que, en una gran parte, creyó como veraz el comunicado emitido por la radio). Los medios ganaban no solo confianza por parte de la sociedad, sino dominio económico e institucional al ver como sus comunicados repercutían en su audiencia; esto se veía en el poder político, a pesar de que los medios toman una postura, supuestamente apolítica, los medios de comunicación de masas no son portadores de una ideología: son en sí mismos una ideología
Es de saber popular que aquellas figuras que han sido protegidas por los medios de comunicación han salido victoriosos la mayoría de las veces. Juan Domingo Perón gozaba de una sólida relación con Clarín, diario de mayor alcance, y prácticamente todo el aparato comunicacional supo apoyar el período antidemocrático generado a raíz del golpe militar que duró desde 1976 a 1983. De la misma manera, aquellas figuras que se enemistaban con los grupos hegemónicos, pagaban caro estas batallas. El gobierno de Raúl Alfonsín (presidente desde 1983 a 1989) es el ejemplo más resonante, que se refirió en varios de sus discursos a la mentira que los diarios pronunciaban para atacar su mandato.
Sin embargo, y a pesar de las luchas o alianzas entre los gobiernos y los medios, estos últimos supieron ocupar un sitio de privilegio para el pensamiento colectivo: eran un recurso contra el abuso de los poderes. Los periodistas eran vistos como personas nobles que luchaban contra aquellos poderosos que ejercían su fuerza en beneficio propio y contra individuos más débiles, y en muchos casos pagaron muy caro el hecho de ser corajudos y denunciar estos actos: desapariciones, asesinatos, golpizas, siendo uno de los casos más impactantes el de José Luis Cabezas, periodista que por mostrar el desconocido rostro del oculto empresario Alfredo Yabrán, asociado a la mafia y tráfico de armas, fue asesinado y encontrado quemado en su auto una madrugada de enero de 1997. “Por esta razón durante mucho tiempo se ha hablado del cuarto poder. Ese cuarto poder era gracias al sentido cívico de los medios de comunicación
Pero con la presidencia de Carlos Saúl Menem (dicho período se extendió desde 1989 hasta 1999), y el auge del neoliberalismo económico, los medios supieron concentrar aún más poder.
Al permitirse que los medios ganasen adeptos y se transformasen en multimedios, el cuarto poder fue abandonando su sentido, dejando de ser un estado de contrapoder para los que abusaban de su magnitud. Los medios comenzaron a juntar más y más dominio, transformándose en inmensas empresas multinacionales que invierten ya no solo en materia de comunicación, sino en la bolsa o en mercados como el petrolero.
Lejos quedó la postura de Laswell, pareciendo que el fin de los medios no es ni informar, ni educar ni entretener, sino vender y simplemente, crecer y concentrar más poder. La digitalización y la propagación de Internet finalizó de derribar las fronteras que ya la globalización había demolido y de contagiar a los medios la lógica comercial y los objetivos mercantiles del marketing y la publicidad.
El pico de este crecimiento se vio en el 2007 cuando el por entonces presidente Néstor Kirchner autorizó como último decreto de su mandato, la fusión de Cablevisión y Multicanal, permitiendo un monopolio por el Grupo Clarín en cuanto a televisación por cable. Pero meses después la relación entre el gobierno Kirchnerista y el principal grupo comunicacional argentino se rompió, comenzando así una interminable disputa entre ambas partes, a la que se fueron sumando una gran cantidad de medios en apoyo a ambos sectores, que sumaron aliados y enemigos, transformándose esta en una lucha de intereses disfrazada de batalla loable en búsqueda de la libertad de expresión.
A la par de este crecimiento fue disminuyendo la concepción por parte del público del cuarto poder de los medios: estos ya no gozan de una inmunidad blindada por la veracidad incuestionable de sus actos, sino todo lo contrario. Hoy en día la sociedad se ha vuelta totalmente escéptica para con los medios y los políticos, en gran parte a raíz de la pelea con el aparato gubernamental que puso al descubierto errores e inmoralidades como robos de bebes, compras millonarias de terrenos patagónicos, inversiones ilegales y mucho más.
El gobierno argentino ha decidido llevar a cabo una lucha contra los medios masivos alegando la necesidad de un control para no permitir los monopolios y promover una pluralidad de voces. Siguiendo de alguna manera los pensamientos de Ramonet, el aparato Kirchnerista ha creado una especie de quinto poder para así elaborar una ecología de la información, con el fin de limpiar, separar la información de la marea negra de las mentiras.
La verdadera cuestión es si es realmente una lucha para mostrarle a la sociedad la verdad que los medios esconden o una maniobra para aumentar el modelo propagandístico oficial y acallar voces de la posible oposición. Será cuestión de esperar y ver.