20 de noviembre de 2012

la jaula

Sostenés el libro con violencia contenida, tus dedos parecen clavados a la gastada tapa de cuero de aquel manual de autoayuda escrito por un símil curandero que disfruta de sus 15 minutos codeándose con la espuma social sentado en livings televisivos y profesando paz a pesar de que no encuentra la calma ni en su propia casa.
Te tambaleás, como en un trance infundido por la locura: los sueños no son lo que solían ser. No podés gritar, tenés el alma callada por la dosis pero en la mirada escondes días de verbos impronunciables.
El pelo que alguna vez lucio alisado y prolijo se ha convertido en un caos amarronado y desgastado, calcando el revoltijo emocional que transcurre centímetros más abajo, dentro de tu colapsada cabeza.
Al verme entrar sonreís como si lo sintieras, pero tus labios no dejan de ser una simple mueca, una pose adoptada con el tiempo. La jaula tiene sus manías, y tu sentido, por mas obnubilado que se encuentre, lo percibe.
Hace ya 4 años que hibernás en esta pecera sin ventanas. He llenado carpetas y formularios, que luego releo para intentar encontrar una pista, un signo que me indique donde entrar. El dolor te encontró de pequeña y te topaste con tu límite demasiado rápido. Dejaste de sentir y te fundiste en un estado descuidado que te llevó hacia puertas que no se abrían y calles desoladas. El vino perdió su sabor y fluiste  hacia un rostro sin emoción.
Algún día vas a ser una mujer, pero no puedo hacerte entender que lo que pasó pasará. Estás demasiado frenada, demasiado rota para comprender que la vida es un gran gris que hay que saber soportar.
Te hablo pero no respondés, los ojos siguen fijos en las páginas donde buscás respuestas, a pesar de que sabes que ese no es el lugar donde las vas a hallar.
Parece que has perdido la noción del tiempo aquí adentro, no notás los cabellos blancos que aparecen día a día con mas fervor en mi barba, los cambios de paisaje ni inclusive las tímidas curvas que van apareciendo debajo de tu camisón: estás pausada en un presente sin proyecciones.
Me das la mano y transmitís una pizca de cariño o algo semejante, y por un minuto desvias los ojos hacia los míos, haciéndome sentir que sabés el esfuerzo que hago hurgando en tu pasado para hallar el momento crítico en el que todo se quebró.
No hay espacio para más palabras ni fantasmas, no soporto mirar el fracaso.
Asiento mientras te observo, esbozo media sonrisa y volves al libro, sosteniendo con tu mano libre la muñeca que te regale hace un par de inviernos que, en contraste con todo lo que habita en el cuarto, se encuentra inmaculada y alegre.

Tranquila, ya vamos a llegar.

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