Sostenés el libro con violencia contenida, tus dedos
parecen clavados a la gastada tapa de cuero de aquel manual de autoayuda
escrito por un símil curandero que disfruta de sus 15 minutos codeándose con la
espuma social sentado en livings televisivos y profesando paz a pesar de que no
encuentra la calma ni en su propia casa.
Te tambaleás, como en un trance infundido por la locura:
los sueños no son lo que solían ser. No podés gritar, tenés el alma callada por
la dosis pero en la mirada escondes días de verbos impronunciables.
El pelo que alguna vez lucio alisado y prolijo se ha
convertido en un caos amarronado y desgastado, calcando el revoltijo emocional
que transcurre centímetros más abajo, dentro de tu colapsada cabeza.
Al verme entrar sonreís como si lo sintieras, pero tus
labios no dejan de ser una simple mueca, una pose adoptada con el tiempo. La
jaula tiene sus manías, y tu sentido, por mas obnubilado que se encuentre, lo
percibe.
Hace ya 4 años que hibernás en esta pecera sin ventanas.
He llenado carpetas y formularios, que luego releo para intentar encontrar una
pista, un signo que me indique donde entrar. El dolor te encontró de pequeña y
te topaste con tu límite demasiado rápido. Dejaste de sentir y te fundiste en
un estado descuidado que te llevó hacia puertas que no se abrían y calles
desoladas. El vino perdió su sabor y fluiste
hacia un rostro sin emoción.
Algún día vas a ser una mujer, pero no puedo hacerte
entender que lo que pasó pasará. Estás demasiado frenada, demasiado rota para
comprender que la vida es un gran gris que hay que saber soportar.
Te hablo pero no respondés, los ojos siguen fijos en las
páginas donde buscás respuestas, a pesar de que sabes que ese no es el lugar
donde las vas a hallar.
Parece que has perdido la noción del tiempo aquí adentro,
no notás los cabellos blancos que aparecen día a día con mas fervor en mi
barba, los cambios de paisaje ni inclusive las tímidas curvas que van apareciendo
debajo de tu camisón: estás pausada en un presente sin proyecciones.
Me das la mano y transmitís una pizca de cariño o algo
semejante, y por un minuto desvias los ojos hacia los míos, haciéndome sentir
que sabés el esfuerzo que hago hurgando en tu pasado para hallar el momento
crítico en el que todo se quebró.
No hay espacio para más palabras ni fantasmas, no soporto
mirar el fracaso.
Asiento mientras te observo, esbozo media sonrisa y
volves al libro, sosteniendo con tu mano libre la muñeca que te regale hace un
par de inviernos que, en contraste con todo lo que habita en el cuarto, se
encuentra inmaculada y alegre.
Tranquila, ya vamos a llegar.
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