20 de noviembre de 2008

eterna madrugada

El inmaculado silencio me hace saber que ya es tarde, dejadas atrás se quedaron las horas razonables y siento por un momento que soy el único despierto en toda la cuadra.
Afino los oídos y me acerco al lado de la ventana, tratando de percibir algo ajeno a la casa, algo que me haga saber que no estoy solo.
Escucho atento, pero el sonido de mi pulso y suaves respiraciones hacen que comprenda la soledad del lugar.
Hace días que no estaba todo tan callado, tan apagado.
Me siento en la oscuridad mirando la eterna negrura esperando algo, una luz, un ruido, algo.
De repente, pasos.
Hacia mucho que no los escuchaba, esos característicos pasos subliminales que me hacen dudar de mi cordura, de mi estado de somnoliencia.
Tal y como todos los martes los sonidos de la casa se hacen presentes.
Me siento con una mueca en la cara, tratando de simular que me divierten estos ruidos, pensando burdamente el hacerle entender a la casa que no le temo.
Sigo tomando del transparente vaso ese liquido con olor etílico que encontré en la gaveta de la añeja biblioteca, a medida que el silencio se rompe con los picaportes girando, las tejas del techo emitiendo un sonido crujiante, las puertas cerrándose.
Todo lo habitual que sigue corrompiendo mi interior, aunque trate de mostrar lo contrario.
La eterna madrugada parece no querer irse y oculta a una blanca luna que no desea ser vista.
Los ruidos se acercan…
Las puertas de los placards se abren lentamente, chirriando y llenándome de incertidumbre.
Todos sigue apagado en el cuarto, la negrura es absoluta.
Me siento en la cama con pulso titubeante y sigo con mi falsa sonrisa suponiendo que tarde o temprano mi plan de juego va a vencer al temor de la casa.
Los pasos en el techo se asientan y aclaran, puedo sentir las tejas moviéndose entre ellas mismas, desprendiendo su anaranjado matiz al rozarse.
La ventana, cubierta por gruesas cortinas, empieza a develar el secreto que guarda a medida que las pesadas persianas de acero se abren, permitiendo que una tenue brisa golpee los finos vidrios que reciben casi con cautela el impacto del viento.
Mi sonrisa se dispersa al sentir golpecitos en el vidrio, esta vez es diferente, el juego es no es el mismo.
Me apoyo contra la pared, cubierto de azulados acolchados observando el cuarto, entrecerrando los ojos con el fin de focalizar algo…
De repente la manija de la ventana gira en si misma y esta se abre furtivamente dejando entrar un aire con olor a muerte, de tono grisáceo, un aire pesado.
La puerta se cierra y la ventana la sigue, la casa me encierra.
Mi respiración se acelera y la casa percibe mi miedo, lo disfruta.
El aire parece inundar el cuarto y se hace inevitable no aspirarlo.
A medida que mis pulmones lo almacenan mis ojos empiezan a cerrarse, me da sueño, un ultimo sueño al cual no deseo caer.
Poco a poco dejo de sentir.
Finalmente mi cuerpo yace, apagado, duro.
Miro completamente extasiado mi alrededor con la tonta esperanza de que la casa termine con su juego, pero el aire no se va.
Siento como el corazón deja de latir y me doy cuenta..
La casa solo quiere jugar
Yo simplemente, no le supe ganar.

1 comentario:

Pamela dijo...

ah pero esta genial tomas, me encanto. tiene todo un halo oscuro y de misterio como a mi me gusta, la muerte presente, tambien como me gusta, y esto del juego de la casa me hizo acordar muchisimo a un libro que lei que se llama "holocausto" del cual me enamore, se trata de eso basicamente, la casa va matando, uno a uno a los personajes, es muy atrapante realmente.
bueno, te felicito torres, visitare recurrentemente este blog eh