La necesidad casi elemental de analizarte me genera un impass, esa parálisis verbal que complica la expresión del rito.
No es aconsejable hablar de más, los silencios en nuestras conversaciones florecen en una huerta sentimental que cultivas semana a semana, regando tu esperanza.
Te sentás y de un momento a otro se abre tu boca, emergiendo un coro de fantasmas que intentan transmitir con alguna claridad pesares oscuros.
Yo te escucho, fascinado por tu forma, tu procesión, tu elemento.
Con trato monárquico te contesto, observando como un niño enamorado la proxemia en la que te desenvolvés en mi espacio, leyendo cualquier mensaje oculto posible, o intentando encontrarlo dentro, donde tu lexicón se ordena y se ilumina la belleza de la esencia.
Asiento comprensivo, respondo con un simulacro de sabiduría y llevo los dedos a la cara, adoptando un gesto pensativo y adusto, impregnando mi rostro de un tono que varía entre la incomprensión y la completa empatía.
Actúo, juego el rol que me toca con una perfección clínica mientras intentas limpiar el alma con palabras.
El verbo es como el agua, lava la tristeza desembocándola en algún rio lejano en el que todos hemos nadado.
Tus labios no descansan, se mueven motivados por la fiebre mental que azota tu semana que exige curarse, sin importar la medicina.
Se te reseca la garganta, la oigo repleta de la arena que genera la expresión y te ofrezco algo para tomar, adelantándome a cualquier pedido.
Aceptas un café con una sonrisa pícara y me miras por sobre la taza con los ojos fijos, desnudando mi intención y, probablemente, también mi cuerpo.
La tentación es inmensa pero el reloj me despierta de todo pensamiento inmoral, cortando la simbiosis y borrando de tu mirada la intención.
Me aclaro la voz y prosigo con más preguntas que te hacen pensar, hallando respuestas escondidas en el inconciente y que te sorprenden a vos misma. Me lamento por dentro pero contento al ver tu aura más liviana, inyectada de alivio al descomprimir tu mochila.
Soy tu placebo, el parche que ponés en cada herida por una hora y después nos repartimos, unidos por algo efímeramente protocolar que a la vez es un cofre de secretos y pensamientos presos.
Recorremos lo profano, y volvemos a la carretera de la vida, mirando siempre, hacia adelante.
31 de mayo de 2011
8 de mayo de 2011
polvo porcelana
Decenas de horas volaron y sin embargo todavía siento tu olor en el espacio; rastro de la pereza de encontrarte.
Tu sombra todavía cuelga, ahí enfrente, dibujando tu línea con una naturalidad fascinante, silenciando toda desilusión.
Me apoyo en la fría pared, adentrándome en la espera de tu regreso a casa, embelleciendo el tiempo con paciencia, una calma sonrisa mientras muevo la cabeza al ritmo de una lejana melodía de cerati que tanto solías escuchar.
La luz penetra una de las ventanas al sur del cuarto, inundando el ambiente de una viajera vitalidad, surcando la oscuridad con una fanática fe.
Mi mano derecha acaricia los frutos del tiempo sobre mi rostro, al peinar desprolijamente una barba de un par de días que se deja rascar, satisfecha por la prolongada vida que mi indiferencia le ha permitido desarrollar.
Los minutos se suicidan y el laxo gobierno mental comienza a sufrir titubeos.
Atento a cualquier cambio, focaliza mi atención al silencio, siguiendo con ojos inquisidores cualquier signo de un movimiento que despierte sonido.
Las agujas continúan en la eterna carrera yendo demasiado lento para ganar y demasiado rápido para perder, presas de una pista carente de freno como el que les impone el inevitable y caprichoso paso del tiempo.
Nervios, boca seca y un dejo de paranoia encierran el desorden.
A lo lejos las gotas de una canilla mal cerrada, seguidas de una tímida conversación entre aves.
Desvío la mirada a través del cristal que encuadra la ventana, televisando el exterior.
No hay nada bajo el sol, solo un escenario vacío y actores frustrados que ya no saben que rol interpretar.
Las avergonzadas uñas rascan la pared, trazando huellas en el blanco que lentamente va ensuciándose con un gris devoto.
Camino por el cuarto, alternando velocidades y niveles mientras reveo el lugar hacia donde dirigimos el presente, y, tal vez, un futuro.
Hace semanas que no te hayo, la conversación se escapó a algúna zona introvertida, y ni en los sueños coincidimos, momentos en los que viajo a rincones lejanos, recorriendo lugares solitarios y desconocidos en los que la noche se siente, y tu presencia me falta.
Me pongo el traje de ilusión y sigo aguardando, comprendiendo lo que aguarda la pureza del amar.
Un delirio físico se lleva a cabo bajo la piel, producto del cansancio blanco del amor y del insomnio que me afecta desde tu ida, escapando del lugar al que llamamos hogar convirtiéndote en una prófuga enamorada, huyendo de un crimen al sentimiento.
Una noche oscura procede al pálido día; te robaste la luna también dejándome un universo apagado, con planetas dormidos y polvos porcelana.
Hoy me aseguro, sosteniendo la clave para abrir los candados que atan estas esposas y poder liberar, finalmente los ecos que grite y no supiste escuchar.
Tu sombra todavía cuelga, ahí enfrente, dibujando tu línea con una naturalidad fascinante, silenciando toda desilusión.
Me apoyo en la fría pared, adentrándome en la espera de tu regreso a casa, embelleciendo el tiempo con paciencia, una calma sonrisa mientras muevo la cabeza al ritmo de una lejana melodía de cerati que tanto solías escuchar.
La luz penetra una de las ventanas al sur del cuarto, inundando el ambiente de una viajera vitalidad, surcando la oscuridad con una fanática fe.
Mi mano derecha acaricia los frutos del tiempo sobre mi rostro, al peinar desprolijamente una barba de un par de días que se deja rascar, satisfecha por la prolongada vida que mi indiferencia le ha permitido desarrollar.
Los minutos se suicidan y el laxo gobierno mental comienza a sufrir titubeos.
Atento a cualquier cambio, focaliza mi atención al silencio, siguiendo con ojos inquisidores cualquier signo de un movimiento que despierte sonido.
Las agujas continúan en la eterna carrera yendo demasiado lento para ganar y demasiado rápido para perder, presas de una pista carente de freno como el que les impone el inevitable y caprichoso paso del tiempo.
Nervios, boca seca y un dejo de paranoia encierran el desorden.
A lo lejos las gotas de una canilla mal cerrada, seguidas de una tímida conversación entre aves.
Desvío la mirada a través del cristal que encuadra la ventana, televisando el exterior.
No hay nada bajo el sol, solo un escenario vacío y actores frustrados que ya no saben que rol interpretar.
Las avergonzadas uñas rascan la pared, trazando huellas en el blanco que lentamente va ensuciándose con un gris devoto.
Camino por el cuarto, alternando velocidades y niveles mientras reveo el lugar hacia donde dirigimos el presente, y, tal vez, un futuro.
Hace semanas que no te hayo, la conversación se escapó a algúna zona introvertida, y ni en los sueños coincidimos, momentos en los que viajo a rincones lejanos, recorriendo lugares solitarios y desconocidos en los que la noche se siente, y tu presencia me falta.
Me pongo el traje de ilusión y sigo aguardando, comprendiendo lo que aguarda la pureza del amar.
Un delirio físico se lleva a cabo bajo la piel, producto del cansancio blanco del amor y del insomnio que me afecta desde tu ida, escapando del lugar al que llamamos hogar convirtiéndote en una prófuga enamorada, huyendo de un crimen al sentimiento.
Una noche oscura procede al pálido día; te robaste la luna también dejándome un universo apagado, con planetas dormidos y polvos porcelana.
Hoy me aseguro, sosteniendo la clave para abrir los candados que atan estas esposas y poder liberar, finalmente los ecos que grite y no supiste escuchar.
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