El cielo estaba cubierto por ese matiz gélido que el invierno pinta en el horizonte.
El frio había silenciado hasta las gargantas de los pájaros que, mudos y escarchados hasta el alma, se ocultaban en huecas cortezas y nidos improvisados.
La casa tenía todas las ventanas cerradas y cubiertas con gruesas cortinas para aislar el hielo, la luna y el sonido.
La noche era absoluta y no quedaba casi luz en los pasillos; los ocupantes se preparaban para soñar, acostando a los pequeños y abrazando, lentamente, el reposo.
El silencio, sin embargo, se cortaba, punzante, por las ruidos de Celestina, que insomne y malcriada correteaba por la oscuridad, envolviéndose en carcajadas resonantes que impregnaban los rincones con pecado.
Pasos sonoros, movimientos de muebles.
La mucama, molesta con la interrupción y reverberando ofensa revolvía hasta las paredes, pero Celestina escapaba; parecía volar.
Con la paciencia violada elevaba la palabra, comandando la búsqueda para callar la insolencia.
Celestina reía, disfrutando la situación y burlando a la guardiana que venía con cadenas para aprisionar su independencia.
Desbordada en confianza comenzó a acercarse más, bajando el camuflaje que la hacía invisible ante la criada.
La búsqueda continuaba y la sirvienta se impacientaba, nerviosa ante un posible reto de los patrones.
De repente sus caminos se cruzan, los ojos se focalizan y vislumbran sus siluetas entre tanta espesura que emana el ambiente cerrado.
Celestina advierte la locura en la mirada de la mucama e intenta huir, pero la carcelaria con un ágil movimiento alcanza su pelo que, al sentir el tirón dispara en alaridos que impactan la calma de la criada y, asustada, suelta la cabeza de la niña.
La fuerza del impulso despide a Celestina, que no se controla y termina quebrando la ventana con un golpe helado.
Los cabellos se tiñen de rojo, la visión se nubla y se atonta la razón.
Su cuerpito, inerte, cae contra el alfombrado suelo que se abre ante la caída de su inquilina, dándole una dosis de vacío.
Celestina entra en un trance de confort.
Ya no hay sombras sino fuertes luces, árboles y aire fresco.
No se escuchan gritos ni retos.
Condenada por su torpeza, Celestina se relaja y, ahora sí, disfruta la belleza de la libertad, riendo, saltando y jugando, sin reglas que obedecer ni horarios que respetar.
25 de agosto de 2011
12 de agosto de 2011
el principio
Desde pequeño me envolví en papel.
El aprendizaje comenzó en casa, fomentado por una madre que leía en voz alta historias fantásticas con realidades paralelas y escenarios europeos.
Comencé a manejar la tinta antes de empezar el colegio, motivado por todas las palabras que aquellos libros contenían en sus cargadas hojas.
Mi independencia como lector se generó con sagas famosas y cuentos cortos, y al poco tiempo la imaginación generaba relatos propios, que con los años fueron estilizándose, virando hacia marcos maduros que acompañaban el crecimiento personal.
La adolescencia me nutrió con autores reconocidos, cambiando no solo de tipo, sino de ámbito y tema, a veces por gusto y otras por aburrimiento.
Los libros me acompañaron a lo largo del corto camino que he transitado, en los mejores y peores momentos dibujaron burbujas en las que me introducía para disfrutar.
Ocasionalmente escribo, cuando la inspiración y las ganas convergen.
Textos breves y descripciones elementales forman mi zona de confort, de la cual rara vez salgo.
Disfruto leer y me alivia escribir.
Una buena combinación que cultiva el pensamiento.
El aprendizaje comenzó en casa, fomentado por una madre que leía en voz alta historias fantásticas con realidades paralelas y escenarios europeos.
Comencé a manejar la tinta antes de empezar el colegio, motivado por todas las palabras que aquellos libros contenían en sus cargadas hojas.
Mi independencia como lector se generó con sagas famosas y cuentos cortos, y al poco tiempo la imaginación generaba relatos propios, que con los años fueron estilizándose, virando hacia marcos maduros que acompañaban el crecimiento personal.
La adolescencia me nutrió con autores reconocidos, cambiando no solo de tipo, sino de ámbito y tema, a veces por gusto y otras por aburrimiento.
Los libros me acompañaron a lo largo del corto camino que he transitado, en los mejores y peores momentos dibujaron burbujas en las que me introducía para disfrutar.
Ocasionalmente escribo, cuando la inspiración y las ganas convergen.
Textos breves y descripciones elementales forman mi zona de confort, de la cual rara vez salgo.
Disfruto leer y me alivia escribir.
Una buena combinación que cultiva el pensamiento.
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