Desde pequeño me envolví en papel.
El aprendizaje comenzó en casa, fomentado por una madre que leía en voz alta historias fantásticas con realidades paralelas y escenarios europeos.
Comencé a manejar la tinta antes de empezar el colegio, motivado por todas las palabras que aquellos libros contenían en sus cargadas hojas.
Mi independencia como lector se generó con sagas famosas y cuentos cortos, y al poco tiempo la imaginación generaba relatos propios, que con los años fueron estilizándose, virando hacia marcos maduros que acompañaban el crecimiento personal.
La adolescencia me nutrió con autores reconocidos, cambiando no solo de tipo, sino de ámbito y tema, a veces por gusto y otras por aburrimiento.
Los libros me acompañaron a lo largo del corto camino que he transitado, en los mejores y peores momentos dibujaron burbujas en las que me introducía para disfrutar.
Ocasionalmente escribo, cuando la inspiración y las ganas convergen.
Textos breves y descripciones elementales forman mi zona de confort, de la cual rara vez salgo.
Disfruto leer y me alivia escribir.
Una buena combinación que cultiva el pensamiento.
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