25 de agosto de 2011

juego roto

El cielo estaba cubierto por ese matiz gélido que el invierno pinta en el horizonte.
El frio había silenciado hasta las gargantas de los pájaros que, mudos y escarchados hasta el alma, se ocultaban en huecas cortezas y nidos improvisados.
La casa tenía todas las ventanas cerradas y cubiertas con gruesas cortinas para aislar el hielo, la luna y el sonido.
La noche era absoluta y no quedaba casi luz en los pasillos; los ocupantes se preparaban para soñar, acostando a los pequeños y abrazando, lentamente, el reposo.
El silencio, sin embargo, se cortaba, punzante, por las ruidos de Celestina, que insomne y malcriada correteaba por la oscuridad, envolviéndose en carcajadas resonantes que impregnaban los rincones con pecado.
Pasos sonoros, movimientos de muebles.
La mucama, molesta con la interrupción y reverberando ofensa revolvía hasta las paredes, pero Celestina escapaba; parecía volar.
Con la paciencia violada elevaba la palabra, comandando la búsqueda para callar la insolencia.
Celestina reía, disfrutando la situación y burlando a la guardiana que venía con cadenas para aprisionar su independencia.
Desbordada en confianza comenzó a acercarse más, bajando el camuflaje que la hacía invisible ante la criada.
La búsqueda continuaba y la sirvienta se impacientaba, nerviosa ante un posible reto de los patrones.
De repente sus caminos se cruzan, los ojos se focalizan y vislumbran sus siluetas entre tanta espesura que emana el ambiente cerrado.
Celestina advierte la locura en la mirada de la mucama e intenta huir, pero la carcelaria con un ágil movimiento alcanza su pelo que, al sentir el tirón dispara en alaridos que impactan la calma de la criada y, asustada, suelta la cabeza de la niña.
La fuerza del impulso despide a Celestina, que no se controla y termina quebrando la ventana con un golpe helado.
Los cabellos se tiñen de rojo, la visión se nubla y se atonta la razón.
Su cuerpito, inerte, cae contra el alfombrado suelo que se abre ante la caída de su inquilina, dándole una dosis de vacío.
Celestina entra en un trance de confort.
Ya no hay sombras sino fuertes luces, árboles y aire fresco.
No se escuchan gritos ni retos.
Condenada por su torpeza, Celestina se relaja y, ahora sí, disfruta la belleza de la libertad, riendo, saltando y jugando, sin reglas que obedecer ni horarios que respetar.

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