27 de septiembre de 2011

meridiano elemental

Se despereza al compás de una canción ochentosa que brota de la radio, moviendo la agitada cabeza al ritmo de la sinfonía que la mantuvo ayer, toda la noche arriba, uniendo su cuerpo con el de ese extraño de sonrisa encantadora.
Deja el transitado colchón y arriba al baño, que con su pálida luz de consultorio (esa luminiscencia que generan los voltios de bajo consumo) perturba los ojos que, ofendidos, se entrecierran aún más.
Se para frente al espejo y observa su reflejo.
Sin su disfraz vuelve a ser ella, a sentirse una. Los kilos de maquillaje, las pestañas, el escote pronunciado y los tacos la aguardan al caer la luna, pero bajo el sol ella no corre peligros, es libre y pura.
Lo único que corta el silencio del baño son las gotas.
Gotas ruidosas que explotan al resbalar de la canilla mal cerrada del lavatorio.
PAM-PAM-PAM
Estruendos florecen al encontrarse lo líquido con lo solido; la unión de lo opuesto siempre es complicada.
Molesta terminar de abrir el grifo y un fuerte chorro de océano irrumpe en el mármol.
Empapa su cara, que se enrojece por las temperaturas glaciales del elemento y una sonrisa se dibuja en su al recordar a Roberto, su compañero de anoche.
Cuarentón bien conservado, la había encarado en un bar, y luego de un breve coqueteo negociador terminaron envueltos en sábanas de piel humana y respiraciones agitadas.
Movimientos acertados, flexible y atento, Roberto la había hecho pasar un buen momento.
Se seca la cara rápidamente y deja el ambiente, decidida a ponerse su ropa diurna.
Se contentaba con tan solo abrir su placard, el de Romina y no el de Tania.
A estos mundos los separaba un meridiano.
Pintada de normal, Romina encaraba las calles sonriente, las tardes eran suyas y el mundo la recibía ufano.
Hija de un sol calmante y una luna prostituta, romina convivía con el agua y el aceite a diario, separando las vidas, pero nadando en ambos ríos.
Disfrutaba la mortalidad del día como si no hubiese un mañana.
Con el ocaso se ensombrecían los cielos y las calles de teñían con gamas indecentes.
Los rostros ocultos aparecían enfocados bajo luces de neón que pintaban las calles con tonos pop.
Su perfume contrasta con el aroma a instinto que flota en el aire, ambientando en todos los sentidos las intenciones de murciélagos en traje.
Autos brillosos, señoritas con poca ropa, música sexual, polvos hechiceros, pastillas instantáneas y carcajadas desencajadas.
A Tania le gusta todo lo llamativo del espacio, la atrae.
Se mueve como una de ellos, con su ceñido algodón que le delinea las curvas, agitada por las formas de todas las flores exóticas que surgen en la oscuridad.
Desconocidos en esencia pero íntimos en uniformes, desesperan por turbar la profundidad.
Romina entra en su refugio repleta de demasiado.
Su carne no tiene su olor, la pintura con la que se transforma las facciones la incomodan ahora que la noche acabo y las estrellas se apagaron.
Demasiado cansada, demasiado perpetua, demasiado satisfecha.
Romina encuentra su hangar y se relaja, distendida en ese hogar solitario pero entero en el que dirige su obra vital.
Se desviste y se acuesta, olvidando para recordar.
Amante del agua, visualiza los lagos en los que se baña de día, y las tormentas que la empapan de noche.
Romina vive su vida como quiere y como puede, nadando en los extremos de la vida.

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