Los ojos se desenfocan en un espiral mágico de infusiones
caoba a medida que me pongo el blazer y pasás tus dedos blancos por mi espalda
en un gesto que alterna la prolijidad de una profesional del amor y el cariño
verdadero de dos corazones que se encuentran.
La noche fue agitada y quisiera olvidarme de todo ayer,
pero la mañana nos recibe templada, con una calma climática que impregna de
esperanza el comienzo de este camino que trazamos en búsqueda de una vida
feliz.
Te ponés el vestido, tapando las curvas y marcas
corporales de las risas nocturnas que horas atrás mi cuerpo le producía al
tuyo. Encendés el ultimo cigarrillo de una cajetilla que se acabo pronto,
demasiado pronto para una estabilidad emocional, y comenzás a echar humo por
todo mi cuarto, sabiendo a cuestas cuanto me desagrada oler el tabaco quemado.
Nos miramos, sentados en puntos distantes pero directos
mientras te preguntás a cuantas mujeres habré traído a mí casa, cuántas y cuáles
habrán sido selectas para cruzar el umbral de privacidad que representa en una
metáfora enferma la puerta de mi hogar.
Necesitarás toneladas de cariño y demostraciones
afectivas, para las cuales nunca fui demasiado afanoso. Te dañaron de pequeña y
tu infancia nunca pudo sobrellevar y curar la herida del alma. A todos nos
cuesta respirar.
Debajo de toda la pose de mujer dura y segura de sí
misma, que emana confianza con cada bocanada de nicotina, se encuentra una niña
temblante cuan hoja otoñal, tímida y frágil de esencia.
Nos paramos y fundimos el uno con el otro en un abrazo
que aliviana la presión. Ligeros flotamos entre sueños fugaces comunicándonos
en un lenguaje divino, al que solo alcanzan elegidos por el agua pura del
sentimiento real.
Los parpados se sellan y los labios se aprietan, los
brazos pesados encadenados en la cintura del otro a medida que susurramos
melodías entonadas. Alrededor vuelan fragmentos de nuestra memoria, bellos
trazos que resplandecen en una incertidumbre oscura.
Miro el pasado, vuelvo del encantamiento que producía la vuelta
y te digo la verdad: fui solo menos de lo que pude ser.
Me apretás la mano y te das cuenta que yo también estoy
dañado.
Volamos y caemos, al suelo, a la realidad, a la mañana
semanal que retrata la hora.
Nos desvestimos y acostamos en la seda. Comenzamos a
jugar y recordamos, soñando y besándonos los labios.
Mejor no despertar.
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