-No creí que nadie me notara- confiesa en un balbuceo de ojos apagados y cuerpo relajado. El porro le había pegado, era la primera vez que fumaba y se encontraba volando en un viaje mucho más anclado de lo que había imaginado: la psicodelia se quedó en los `70.
Sentada en un rincón del sillón observaba a todo y a todos con una calma disfrazada, la máscara se le había caído pero alguna fortaleza todavía cuidaba la ciudadela. –Quedate tranquila piba, acá nadie te va a hacer nada- le dice un compañero que solamente vemos en los recreos, a las clases nunca asiste, está demasiado ocupado afanándole guita de la billetera a la vieja o curtiéndose a la profesora de ética en el baño del tercer piso.
Hace 3 años ya que curso y me sigo sorprendiendo al descubrir gente a mi alrededor, no conozco a la mayoría ni me interesa ganarme el premio al chico sociable del año, pero a veces, por momentos, me intriga la vida de esos fantasmas sin nombre que se sientan a los costados y cada tanto levantan la mano para hacer alguna acotación seudo-inteligente con la que llaman mi atención, aunque sea por un segundo.
-Cómo se llama esta canción? Me encanta y nunca puedo averiguar ni quien la canta- pregunta, apurada pero en pleno disfrute, es virgen a la hora de fluir. Los incultos van respondiendo, uno a uno, que no saben, que no la escucharon nunca, que es una mierda de los 80`s o alguna de esas décadas previas a nuestro nacimiento, como si todo lo anterior a la caída de los soviéticos, el auge de nirvana y el comienzo del fin del siglo XX fue lo mismo, un rejunte de polvo de estrellas apagadas. -Es héroes, de Bowie-, afirmo sin mirarla mientras completo el vaso con vodka –no es algo que vas a escuchar en lugares muy populares, el presente es ignorante-. Me recorre con belleza y visualiza mi cuerpo con mirada de miel. Escucha la letra, embobada por la poesía de ese artista andrógeno del cual ha escuchado hablar en conversaciones lejanas y especiales de MTV cuando el canal de música era lo que fue:
“Aunque nada les ahuyentará
Podemos ser héroes, sólo por un día
Podemos ser nosotros mismos, sólo por un día”
La traducción la hace sin problemas, la droga no le nubla la educación bilingüe que sus padres pagaron para que tenga desde chiquita, aprendió a contar en ingles antes que en castellano, el idioma del primer mundo es el que vale en nuestros círculos, y no esa rama impía del español característica de una raza inferior de la que tanto intentamos despegarnos.
Mueve la cabeza de un lado para el otro, despacio, sintiendo los acordes con los ojos bien cerrados, como si quisiera contener dentro de los parpados todos los sentimientos empáticos que el ser notada hace que floten.
Se para e intenta acercarse, envalentonada y desinhibida por el brillo de las luces que el humo levanta, no se da cuenta que nuestros mundos son de sistemas distintos, aunque convergen en el lugar donde supuestamente pagamos para que nos eduquen, comprando un ticket para un futuro mejor. Los amigos escasean y las poses sobran, la vida es una pasarela en la que los distintos ven a los elegidos desfilar.
-Mirá boludo, la callada te quiere dar- vocifera un mediocre hijo de, que se cree que la extensión black de la tarjeta que tiene en la billetera lo habilita a llevarse el mundo por delante. –Dejala que va a intentar hablar Marito, capaz no quiere levantar sino figurar- le responde con mirada de goce una aspirante a actriz que se saca todos 10 y que aparenta vivir en perfecta armonía, casi todos desconocen los gramos de cocaína que necesita para relajarse y que la acompañan a todos lados. Yo los dejo hablar, me divierte el zoo del bloque social. –No seas mala Andreita, y andá a limpiarte la nariz que te veo desde acá el resto- le digo mientras me termino le vaso y mastico el hielo del fondo, enfriando la lengua y el cuerpo, para que no jodan, que no se confundan.
Arrepentida por la demostración se sienta en un banquito alto, las piernas le cuelgan un par de centímetros por el piso y flaquean, está tan ciega que no puede ver ni quién es. Sonrío, con la indiferencia atractiva de alguien que está en otra sintonía, y me presento –Soy Juan, aunque mi nombre no importa, y dudo que te lo vayas a acordar, estás muy verde todavía-. Los ojos azules se posan en mi boca, intenta escucharme y leerme para comprender totalmente lo que digo y evitar las ganas de besarme que le dieron desde el momento en que emití sonido. –Ya se quien sos, aunque dudo que sepas quien soy yo- dice cuando me da la mano, en un apretón formal que los espectadores observan de costado.
Asiento, divertido y elevado, y me tiro para atrás, apoyándome en la mesada, cortando el impulso que la seguía desde esa mañana, cuando decidió dejar de ser una espía, cansada de no figurar y ser invisible para los que cuentan.
Se la nota mareada, no lo suficiente para disparar ninguna alarma pero no sabe disimular. –es la primera vez que vengo a una de estas fiestas- confiesa marginada. Me río de su suerte –ya sé, me di cuenta-. –Relajate y no intentes tanto, no pretendas, no te agaches, con poco sobrevivís, la mayoría está más vacío de lo que muestra- le digo a modo de consejo, es más de lo que me dijeron a mí en los momentos de soledad, el altruismo no es algo de nuestra generación, está pasado de moda, en vez de rescatarte te ahogan. –tantas ganas de estar tenías? felicitaciones- cito con aire solemne mientras brindo al aire y me marcho.
Bienvenida a la pared de las flores empotradas y mariposas disecadas.
Esto es lo que somos.
31 de enero de 2014
13 de enero de 2014
miro sin mirar
Nos subimos después de horas de discusión, de tira y afloje,
de debates por momentos subidos de tonos en los que te explico mi necesidad y
vos te defendés con tu incomprensión.
-No entiendo que te pasa, hablame- me suplicabas hace un
rato, cuando solo te respondía con los ojos. No puede ser que todavía no me
leas. Estás demasiado tapada para darte cuenta que ni yo sé en qué piso estoy
parado. Las noches se hacen largas y los días no son los de antes, las
presiones pueden más de lo que los libros te advierten.
Me agarraste de la mano e intentaste besarme a medida que tu
rodilla subía por mis piernas, segura de que tu arte podía hacerme cambiar de
opinión y quedarme a pasar la noche. –Ahora no- solté con una indiferencia que
te heló la sangre. Pocas veces me has visto así, desencajado, mentalmente
perturbado al límite de borrar toda la confianza con la que he construido mi
cuerpo. –Me voy, venís o no?-. Asintiendo en silencio y con una timidez
desconocida, agarraste tu cartera y caminaste detrás mío, siguiendo mis pasos
hasta la parada y apagando todas las luces, que para mí hace rato que no
brillaban: acostumbré la mirada a la oscuridad desde chico.
-Hasta dónde vas pibe?- me pregunta un chofer que descansa
sus 100 kilos sobre el vencido asiento de plástico corroído por el tiempo. Lo
miro pasar su mondadientes de lado a lado, le faltan 2 incisivos y sonrío: ni
el sindicato ni los sueldos altos garantizan tener la boca completa. -Voy a
saberlo cuando llegue- le respondo sin ninguna intención de hacerme el místico.
Ante la mirada molesta del conductor apoyo la tarjeta sobre el lector, -2 hasta
que termine el recorrido-.
Volteo hacia la ventana esquivando tu atención, un hombre
extraordinario no se puede dar el lujo de temblar. Miro sin mirar, afuera todo
es ayer. Me sostenés la mirada, fija, haciendo una radiografía para descifrar
que quiere decir cada gesto, cada instante. –Aparecés y desaparecés, no puedo
entrar si no me decís donde está la puerta- escucho que sale de tu boca, -Dejame
ayudarte-.
Me meto en el desorden, en el caos. No veo con claridad, no
soy parcial. Estoy acostumbrado a pelear en batallas donde no puedo ganar y en
las que termino llegando, golpeado pero entero. No necesito ser amado para
sentirme mejor.
-No quiero ser simple- te digo, por primera vez en la noche
pronuncio algo sincero y acusás el golpe, sabés que te incluyo a vos entre la
sinceridad que pedías. -Ni aunque lo intentaras podrías ser simple vos- me
retrucás entre el reproche y el enamoramiento.
Hay problemas que no tienen solución. Nos vacían y ni nos
damos cuenta.
Todo lo que vi se desintegra, los recuerdos flotan y se
mezclan, bailan entre ellos.
-Yo sé que me querés- afirmás intentando sonar más
convencida de lo que en realidad estás. Te faltan muchas heridas para entender;
la ilusión es un veneno, no te conviene tomar de más. No paro precauciones, no
salgo, no entro, tranquila, sonrío mientras me cuestiono mi lugar y tiempo.
Me voy de lugares en los que nunca he estado, soy un turista
en mi propia casa más veces de lo que te imaginás. Esta es la vida que elijo,
que me tocó. –Ya sé que me querés- te
respondo con una sonrisa lejana, un signo de que el sentimiento está ahí,
dormido pero vivo.
-No me voy a ir a ningún lado, estoy acá- pronunciás a medida
que me acaricias el cintura, sin expectativas, para hacerme sentir compañía. No
insistís con el cariño, no tirás más de la cuerda, sabés que se puede cortar.
Asiento con naturalidad, no hace falta que aclare cuan
precario es mi juego.
Estoy cansado de fijar expectativas imposibles, quiero
cruzar y ser aplaudido, quiero penetrar mil vidas. ¿Dónde van los deseos cuando
más los necesito? ¿Cuáles son los instintos básicos que excitan hasta el día
que queda por vivir?
–Querés que nos bajemos?- silencio -En dónde estás?-
Te acaricio con los dedos el brazo, para que sepas que
estoy, que no me fui. –Cuando sepa te aviso-.
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