13 de enero de 2014

miro sin mirar

Nos subimos después de horas de discusión, de tira y afloje, de debates por momentos subidos de tonos en los que te explico mi necesidad y vos te defendés con tu incomprensión.
-No entiendo que te pasa, hablame- me suplicabas hace un rato, cuando solo te respondía con los ojos. No puede ser que todavía no me leas. Estás demasiado tapada para darte cuenta que ni yo sé en qué piso estoy parado. Las noches se hacen largas y los días no son los de antes, las presiones pueden más de lo que los libros te advierten.
Me agarraste de la mano e intentaste besarme a medida que tu rodilla subía por mis piernas, segura de que tu arte podía hacerme cambiar de opinión y quedarme a pasar la noche. –Ahora no- solté con una indiferencia que te heló la sangre. Pocas veces me has visto así, desencajado, mentalmente perturbado al límite de borrar toda la confianza con la que he construido mi cuerpo. –Me voy, venís o no?-. Asintiendo en silencio y con una timidez desconocida, agarraste tu cartera y caminaste detrás mío, siguiendo mis pasos hasta la parada y apagando todas las luces, que para mí hace rato que no brillaban: acostumbré la mirada a la oscuridad desde chico.
-Hasta dónde vas pibe?- me pregunta un chofer que descansa sus 100 kilos sobre el vencido asiento de plástico corroído por el tiempo. Lo miro pasar su mondadientes de lado a lado, le faltan 2 incisivos y sonrío: ni el sindicato ni los sueldos altos garantizan tener la boca completa. -Voy a saberlo cuando llegue- le respondo sin ninguna intención de hacerme el místico. Ante la mirada molesta del conductor apoyo la tarjeta sobre el lector, -2 hasta que termine el recorrido-.
Volteo hacia la ventana esquivando tu atención, un hombre extraordinario no se puede dar el lujo de temblar. Miro sin mirar, afuera todo es ayer. Me sostenés la mirada, fija, haciendo una radiografía para descifrar que quiere decir cada gesto, cada instante. –Aparecés y desaparecés, no puedo entrar si no me decís donde está la puerta- escucho que sale de tu boca, -Dejame ayudarte-.
Me meto en el desorden, en el caos. No veo con claridad, no soy parcial. Estoy acostumbrado a pelear en batallas donde no puedo ganar y en las que termino llegando, golpeado pero entero. No necesito ser amado para sentirme mejor.
-No quiero ser simple- te digo, por primera vez en la noche pronuncio algo sincero y acusás el golpe, sabés que te incluyo a vos entre la sinceridad que pedías. -Ni aunque lo intentaras podrías ser simple vos- me retrucás entre el reproche y el enamoramiento.
Hay problemas que no tienen solución. Nos vacían y ni nos damos cuenta.
Todo lo que vi se desintegra, los recuerdos flotan y se mezclan, bailan entre ellos.
-Yo sé que me querés- afirmás intentando sonar más convencida de lo que en realidad estás. Te faltan muchas heridas para entender; la ilusión es un veneno, no te conviene tomar de más. No paro precauciones, no salgo, no entro, tranquila, sonrío mientras me cuestiono mi lugar y tiempo.
Me voy de lugares en los que nunca he estado, soy un turista en mi propia casa más veces de lo que te imaginás. Esta es la vida que elijo, que me tocó. –Ya  sé que me querés- te respondo con una sonrisa lejana, un signo de que el sentimiento está ahí, dormido pero vivo.
-No me voy a ir a ningún lado, estoy acá- pronunciás a medida que me acaricias el cintura, sin expectativas, para hacerme sentir compañía. No insistís con el cariño, no tirás más de la cuerda, sabés que se puede cortar.
Asiento con naturalidad, no hace falta que aclare cuan precario es mi juego.
Estoy cansado de fijar expectativas imposibles, quiero cruzar y ser aplaudido, quiero penetrar mil vidas. ¿Dónde van los deseos cuando más los necesito? ¿Cuáles son los instintos básicos que excitan hasta el día que queda por vivir?
–Querés que nos bajemos?- silencio -En dónde estás?-

Te acaricio con los dedos el brazo, para que sepas que estoy, que no me fui. –Cuando sepa te aviso-.

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