-Quedate conmigo, confiá, nadie sabe lo que te estoy
contando-. Nadie te dice lo que significa perder algo para siempre.
Desde chiquito te inculcan que siempre van a venir tiempos
mejores, que al doblar la esquina el pasto es más verde y uno puede flotar,
levitar ante el peso quitado de los hombros del presente. Escuchás a tus
padres, abuelos, novios de tus hermanas y profesores confidentes cuando te
aseguran que cada etapa tiene lo suyo, pero la próxima es el quiebre, es
especial.
-Oí mis labios: es todo una mentira-.
Lo veo en un sueño apaisado que encapsula una burbuja de
épocas lejanas donde rebalsa la construcción empresaria y el optimismo
importado de un fin de siglo repleto de ilusiones que se pincharon de repente,
cuando el globo de ojos vendados rozo la fría aguja que crecía minuto a minuto,
y el mundo se paró.
El sol ilumina mejor en los recuerdos, la luz es más clara.
Creo que lo sé, pero no sé por qué. Debe ser que nací a los
golpes, crecí mal y aprendí a ser escuchando historias de realidades blancas.
No seas ingenua, la gente no se moja en las tormentas porque les gusta el agua.
-Acercate, no te va a pasar nada, no muerdo tanto todavía.
Todos los rumores son falsos, nunca permanezco acostado más de lo debido-.
Prendo un pucho, me mirás como si tuviese una alfombra
mágica, extasiada ante tanta filosofía verbal y expectante, ansiosa para ver cuál
va a ser mi próximo truco: querés acompañarme a volar.
-Vení, sentate, comparemos heridas de guerra, prometo no
tocar nada que antes no hayan tocado-. Te abrís y aflojás la coraza tan zona
norte que edificaste con los años de colegio privado y mucamas extranjeras. Te
provoco, te tildo de caprichosa, de exagerada y puteas. Te sacas la remera y me
mostrás, te señalás el corazón en un ademán dramático digno de una ópera de
pizzería, -Acá boludo, acá me duele-. Me contás una historia de familia que
probablemente no se la hayas contado a nadie por vergüenza, por pudor o
simplemente por miedo a mostrarte tan frágil, tan.. real.
Te escucho hablar de días en los que eras una chica sin nada
que perder, cuando no sabías lo que significaba todo lo que tenías y te diste
cuenta demasiado tarde, cuando no estaba más: la conciencia es irónica, solo
aparece cuando puede dejar culpa.
Tu voz es chillona y los ojos gritan, pero el cuerpo se
tensiona, tiritando como quien acaba de perder 20 kilos y respira por primera
vez en años.
No interrumpo, tus manos me piden que me calle, imploran
terminar su historia. Te tiras en la cama, al lado mío, y apoyás tu cabeza en
ese almohadón celeste que tanto pecado ha presenciado.
Gracias y perdón, se chorrean de tu boca en un balbuceo
infantil y pudoroso, hoy tu boca grande se hizo famosa por otra cosa de la
habitual: hablaste de más.
Apoyás la mano en mi muslo y te levantas, vas hacia el
tocadiscos y seleccionas un vinilo fetiche de una banda que representa los 90`s
como pocas. Te tambaleas al ritmo de los acordes del primer hit que tuvieron y
te acordás de las fiestas, del champagne, del 1 a 1, los amigos del campeón y
los corazones desatados.
Hacemos un puente entre los mundos, entre las décadas.
Ambos buscamos obtener recuerdos, mirar hacia atrás para
cuestionar la mortalidad y caer en cuenta del sabor amargo que deja vivir en el
presente.
¿Por qué es tan difícil soltar?
Hay cosas que es mejor no responder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario