18 de noviembre de 2013

década perdida

-Quedate conmigo, confiá, nadie sabe lo que te estoy contando-. Nadie te dice lo que significa perder algo para siempre.
Desde chiquito te inculcan que siempre van a venir tiempos mejores, que al doblar la esquina el pasto es más verde y uno puede flotar, levitar ante el peso quitado de los hombros del presente. Escuchás a tus padres, abuelos, novios de tus hermanas y profesores confidentes cuando te aseguran que cada etapa tiene lo suyo, pero la próxima es el quiebre, es especial.
-Oí mis labios: es todo una mentira-.
Lo veo en un sueño apaisado que encapsula una burbuja de épocas lejanas donde rebalsa la construcción empresaria y el optimismo importado de un fin de siglo repleto de ilusiones que se pincharon de repente, cuando el globo de ojos vendados rozo la fría aguja que crecía minuto a minuto, y el mundo se paró.
El sol ilumina mejor en los recuerdos, la luz es más clara.
Creo que lo sé, pero no sé por qué. Debe ser que nací a los golpes, crecí mal y aprendí a ser escuchando historias de realidades blancas. No seas ingenua, la gente no se moja en las tormentas porque les gusta el agua.
-Acercate, no te va a pasar nada, no muerdo tanto todavía. Todos los rumores son falsos, nunca permanezco acostado más de lo debido-.
Prendo un pucho, me mirás como si tuviese una alfombra mágica, extasiada ante tanta filosofía verbal y expectante, ansiosa para ver cuál va a ser mi próximo truco: querés acompañarme a volar.
-Vení, sentate, comparemos heridas de guerra, prometo no tocar nada que antes no hayan tocado-. Te abrís y aflojás la coraza tan zona norte que edificaste con los años de colegio privado y mucamas extranjeras. Te provoco, te tildo de caprichosa, de exagerada y puteas. Te sacas la remera y me mostrás, te señalás el corazón en un ademán dramático digno de una ópera de pizzería, -Acá boludo, acá me duele-. Me contás una historia de familia que probablemente no se la hayas contado a nadie por vergüenza, por pudor o simplemente por miedo a mostrarte tan frágil, tan.. real.
Te escucho hablar de días en los que eras una chica sin nada que perder, cuando no sabías lo que significaba todo lo que tenías y te diste cuenta demasiado tarde, cuando no estaba más: la conciencia es irónica, solo aparece cuando puede dejar culpa.
Tu voz es chillona y los ojos gritan, pero el cuerpo se tensiona, tiritando como quien acaba de perder 20 kilos y respira por primera vez en años.
No interrumpo, tus manos me piden que me calle, imploran terminar su historia. Te tiras en la cama, al lado mío, y apoyás tu cabeza en ese almohadón celeste que tanto pecado ha presenciado.
Gracias y perdón, se chorrean de tu boca en un balbuceo infantil y pudoroso, hoy tu boca grande se hizo famosa por otra cosa de la habitual: hablaste de más.
Apoyás la mano en mi muslo y te levantas, vas hacia el tocadiscos y seleccionas un vinilo fetiche de una banda que representa los 90`s como pocas. Te tambaleas al ritmo de los acordes del primer hit que tuvieron y te acordás de las fiestas, del champagne, del 1 a 1, los amigos del campeón y los corazones desatados.
Hacemos un puente entre los mundos, entre las décadas.
Ambos buscamos obtener recuerdos, mirar hacia atrás para cuestionar la mortalidad y caer en cuenta del sabor amargo que deja vivir en el presente.
¿Por qué es tan difícil soltar?

Hay cosas que es mejor no responder. 

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