Es inevitable ponerse fundamentalmente desposeído en estos
días donde la palabra domingo se queda corta, la lluvia se lleva todo el color
del ambiente y te deja todo azul, ni siquiera gris, con el culo para arriba,
mirando películas hasta tarde y mostrándote un estado cortazariano en el que
debatís internamente sobre la compleja naturaleza de nuestra existencia.
Ojo, no tengo ninguna respuesta para darte, encuentro
preguntas cada vez que te miro. Tu corazón está en el lugar correcto, lo sé, no
te preocupes, no te olvides, vení y sentate que el café es medicina. Mientras
tanto vemos el agua caer, las gotas golpeando el cristal y escuchamos el mundo
pasar; te sentás en el sillón vencido sosteniendo la taza con las dos manos, soplándola
lentamente y drogándote con el vapor que sube y te cubre. Sos la única persona
a la que una remera vieja mía y un par de medias a lunares le quedan bien, sos
bella hasta cuando intentás no serlo.
Debo haberme sentido solo, tanto como para intentar hablar
con Dios, pero una vez más no tuve respuesta, y acudí a vos, vamos, te cuento
mis secretos, vos asentís en silencio, no te horrorices, prometo ser bueno.
Me sonreís con nostalgia, como una máquina que arranca sola
pero en mute, con un amor lejano que se cuestiona que pasará. Me vuelve loco
que no haya certezas, soy un hombre de hechos pero no encuentro un sostén que
soporte el temblor.
En las películas hay una chimenea en este momento. Siempre
pensé que el fuego en los livings brinda una sensación de calor y confort que
nada ni nadie puede emular, lo convierte en un sitio al que te dan ganas de ir,
no sé si me explico, pero es una de las pocas imágenes que Hollywood sí pudo
grabar en mi memoria. ¿Es gracioso, no? Nuestros sueños no nos pertenecen, son
de otros, de extraños, de unos que se mueven y te envían, te programan, te
bombardean, y encima te cobran el peaje por viajar.
Tomo un trago que me calienta la garganta y la panza a
medida que baja, no me acelera como le pasa a algunos: por mis venas corre
tanta cafeína como sangre. Lo bebo por el gusto, por la compañía, por la
charla. Un batido y me siento capaz de leerte la mente, y florecen los
pensamientos y sensaciones, y dejamos de querer ir afuera; quizás podamos
engañar nuestro orgullo y sostenernos la mano mientras confesamos vergüenzas
ocultas.
Me levanto y pongo Bocanada, un disco para escuchar en días
así, cuando te falta más de lo que te sobra. Tarareas la pista 7, esa que tanta
verdad encapsula, y nos encontramos en el estribillo, por lo bajo, con una
mirada cómplice: “a mí me es fácil olvidar”.
Somos socios de un negocio sin ganancias, el amor siempre es
así. Hemos escapado de más callejones de los que podemos nombrar, ¿Por qué nos
cuesta una vez más?
Yo digo a, vos decís b, y nos reímos, compartimos solo el
cariño que nos une. Mejor no me digas, me basta con mirar en profundidad. La
historia se enflaquece, estoy cansado de descreer, no quiero que me des la
verdad, quedate y pasemos el otoño.
Te hacés una oruga y envolvés con una manta tus piernas,
guardás los secretos que no deben ser contados y me mirás, a los ojos,
preguntándote quien soy yo. No te respondo, pero me aceptás.
Me decís que vaya, que te abrace un rato. Tranquila, no
tengas miedo, que nada te borre la sonrisa, tomá lo que necesites, algún día te
vas a dar cuenta que el destino no existe.
Te terminás el café y apoyás la taza en el piso mientras te
rodeás con un brazo mío. Podría pasar un millón de años así, ¿No se siente bien
respirar mi olor?
Vamos relajándonos, escuchando la lluvia caer, con el sabor
a café todavía en la boca, pensando en dejar de pensar.
Un domingo así, un domingo más.
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