6 de noviembre de 2014

lluvia y café

Es inevitable ponerse fundamentalmente desposeído en estos días donde la palabra domingo se queda corta, la lluvia se lleva todo el color del ambiente y te deja todo azul, ni siquiera gris, con el culo para arriba, mirando películas hasta tarde y mostrándote un estado cortazariano en el que debatís internamente sobre la compleja naturaleza de nuestra existencia.
Ojo, no tengo ninguna respuesta para darte, encuentro preguntas cada vez que te miro. Tu corazón está en el lugar correcto, lo sé, no te preocupes, no te olvides, vení y sentate que el café es medicina. Mientras tanto vemos el agua caer, las gotas golpeando el cristal y escuchamos el mundo pasar; te sentás en el sillón vencido sosteniendo la taza con las dos manos, soplándola lentamente y drogándote con el vapor que sube y te cubre. Sos la única persona a la que una remera vieja mía y un par de medias a lunares le quedan bien, sos bella hasta cuando intentás no serlo.
Debo haberme sentido solo, tanto como para intentar hablar con Dios, pero una vez más no tuve respuesta, y acudí a vos, vamos, te cuento mis secretos, vos asentís en silencio, no te horrorices, prometo ser bueno.
Me sonreís con nostalgia, como una máquina que arranca sola pero en mute, con un amor lejano que se cuestiona que pasará. Me vuelve loco que no haya certezas, soy un hombre de hechos pero no encuentro un sostén que soporte el temblor.
En las películas hay una chimenea en este momento. Siempre pensé que el fuego en los livings brinda una sensación de calor y confort que nada ni nadie puede emular, lo convierte en un sitio al que te dan ganas de ir, no sé si me explico, pero es una de las pocas imágenes que Hollywood sí pudo grabar en mi memoria. ¿Es gracioso, no? Nuestros sueños no nos pertenecen, son de otros, de extraños, de unos que se mueven y te envían, te programan, te bombardean, y encima te cobran el peaje por viajar.
Tomo un trago que me calienta la garganta y la panza a medida que baja, no me acelera como le pasa a algunos: por mis venas corre tanta cafeína como sangre. Lo bebo por el gusto, por la compañía, por la charla. Un batido y me siento capaz de leerte la mente, y florecen los pensamientos y sensaciones, y dejamos de querer ir afuera; quizás podamos engañar nuestro orgullo y sostenernos la mano mientras confesamos vergüenzas ocultas.
Me levanto y pongo Bocanada, un disco para escuchar en días así, cuando te falta más de lo que te sobra. Tarareas la pista 7, esa que tanta verdad encapsula, y nos encontramos en el estribillo, por lo bajo, con una mirada cómplice: “a mí me es fácil olvidar”.
Somos socios de un negocio sin ganancias, el amor siempre es así. Hemos escapado de más callejones de los que podemos nombrar, ¿Por qué nos cuesta una vez más?
Yo digo a, vos decís b, y nos reímos, compartimos solo el cariño que nos une. Mejor no me digas, me basta con mirar en profundidad. La historia se enflaquece, estoy cansado de descreer, no quiero que me des la verdad, quedate y pasemos el otoño.
Te hacés una oruga y envolvés con una manta tus piernas, guardás los secretos que no deben ser contados y me mirás, a los ojos, preguntándote quien soy yo. No te respondo, pero me aceptás.
Me decís que vaya, que te abrace un rato. Tranquila, no tengas miedo, que nada te borre la sonrisa, tomá lo que necesites, algún día te vas a dar cuenta que el destino no existe.
Te terminás el café y apoyás la taza en el piso mientras te rodeás con un brazo mío. Podría pasar un millón de años así, ¿No se siente bien respirar mi olor?
Vamos relajándonos, escuchando la lluvia caer, con el sabor a café todavía en la boca, pensando en dejar de pensar.
Un domingo así, un domingo más.


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