1 de abril de 2015

mordisco

-No podés bancar lo obsceno- dice envalentonada mientras intenta calentar un aire ya denso de tanto vapor y fluidos, y se sirve más whisky en el vaso recargado. –No me importa lo que pienses, ni vos ni nadie-. Y ahí, automáticamente, pienso para mí mismo: ay no, ahí viene otra catarata de pensamientos seudo inteligentes de una veinteañera que roza los 30 y está enojada con el mundo por haberla pasado por arriba sin siquiera haberle dejado una buena foto de recuerdo. Las que están en Facebook, Instagram o sea cual sea la red social de moda, son posadas, fabricadas, tan falsas como sus siliconas. Tiene el maquillaje negro de los ojos corridos, me pregunto si por el vacío que le viene después del sexo o el estadío existencial en el que está ahora, medio en pedo medio filósofa, despotricando contra todas las mentiras que el universo te dice desde el momento en que abrís los ojos.
Mientras tanto me estiro en la cama, tan desnudo como ella pero con reservas: sigo drogado con su escote y la calma, que la boluda está empezando a quebrar con tanto maniqueísmo verbal, me empuja para abajo, a una relajación sincera que me hace ver, claramente, que ninguno de nosotros puede salvar el mundo. Y ahí sigue, anticipando el giro que va a dar su discurso hacia la peligrosa esquina de la nostalgia, cuando empieza a detallar cómo las cosas antes eran mejores, como mi generación se perdió lo que valía la pena, nacimos demasiado tarde para ver en vivo a Nirvana, el auge del cd y todo lo bueno que el fin de siglo parecía traer, incluido el primer éxtasis de las raves, ese con la pureza que traían los yanquis y ahora ya no se consigue: hasta el vuelo de nuestro días es mediocre.
La liquidez de la que hablaba Bauman es mucho más cierta de lo que se suele creer: nos dirigimos a un mar abandonado, absoluto y atestado de besos sin sentido y vellos púbicos que se entrelazan por el simple placer carnal y momentáneo de la falsa sensación de unidad, de la que en cuanto salimos del delirio generado en el acto queremos correr. La hipocresía avanza en todos los términos, la gente ni siquiera se molesta en molestarse.
Rodás hasta mi parte del colchón y pasás tu mano por mi pecho. Te sorprende que en una sociedad mediatizada y estandarizada todavía encuentres un chico vintage y análogo que escucha vinilos y no se depila el pecho. Bajás y subís el índice por el esternón hasta el ombligo, mirando hipnotizada el movimiento que mis pulmones le dan al cuerpo, al entrar y salir cuando el aire escapa. –Si esto no es conexión, qué lo es?- preguntás más para vos que para mí, mientras mirás de costado tu teléfono en la mesa de luz prender y apagar su luz de notificación. Mi silencio te hace sentir cómoda, la duda de si me chupa un huevo lo que decís o estoy analizando por lo bajo tu encrucijada te encripta, te sostiene, y te da la oportunidad de dejar de pretender, aunque sea por 5 minutos, que sos otra persona, alguien mejor, más sonriente, más fabricada, más ajustada a lo que se supone que tenés que ser.
Este podría ser mi momento, podría intentarlo. Bastaría con solo abrir parte de la canilla para que la catarata de esencia inunde el cuarto y me puedas conocer verdaderamente. –Estás despierto?- preguntás fuerte, sin dudar de mi somnolencia sino para que salga del ensimismamiento que tan sola te hace sentir a pesar de tenerme al lado. –Estoy acá- te respondo mirándote a los ojos. –En qué estabas pensando?- avanzás dudosa, poniendo tu cara sobre mi pecho y haciendo contacto visual, algo poco habitual en estos tiempos donde Tinder es más efectivo que un bar. –En que tenés olor a lunes- te respondo y te derretís, apreciás por primera vez algo que te hace pensar y sentir al mismo tiempo, y te mordés el labio con una sonrisa que no podés controlar. –Vos tenés olor a 90`s- me retrucás entre el cariño y el excite. El tocadiscos suena mientras alargamos el silencio, y escuchamos como Damon Albarn y sus compañeros de Blur hablan sobre estereotipos y universalidades.
Miro como se debate en tu interior la fiebre desangrada de palabras encantadas, te sentís como en el fin de un largo viaje, como un suave aterrizaje en el que el reloj no atrasa ni adelanta.             –Querés dormir un rato?- me preguntás conteniendo un bostezo –Yo no duermo con mujeres- sonrío serio. Es peligroso dormir con una persona, es probablemente el momento de mayor vulnerabilidad y cercanía que se puede tener. No intento hacerme el terapeuta berreta, pero garchar garcha cualquiera y de cualquier forma. No hay necesariamente verdadera conexión, es físico, es mecerse en un columpio de manos, transpiración y mordiscos. Dormir supone un paso más, una verdadera aceptación, una entrega que no estoy dispuesto a dar. –Y lo que acabamos de hacer como lo denominás?- susurrás mientras te subís arriba mío, rozando con tu cintura la erección que tanta parafernalia sexual me genera, variando entre aburrimiento y brazas. –Lo que te acabo de hacer es todo menos dormir, no te parece?- entrecierro los ojos y te recorro con la mirada. Dejás de sonreír por un minuto y no te dominás a tiempo, te sale la minita de adentro –te importo un poco aunque sea o soy una chonga a la que llamás cuando te aburrís?- soltás mientras te sentás en mi cintura, expectante. Temés la cruda sinceridad por sobre el confort de la mentira. –De dónde salió esa femenina vanidad?- pregunto con sorna –no es mejor simplemente estar y dejarme acariciarte?
Te bajás y acostás a mi izquierda: venías por el centro pero resbalás hacia la utopía de un sentimiento comunista que solo se encuentra en manuales antiguos y películas con finales felices. Tus piernas son un coro, las recorro como un rayo y no caigo, aguanto. Me mirás desde tu infierno y te confesás “Quiero volver al kilómetro 0”. Sé que te estás abriendo, me siento perverso porque no sé si tengo el coraje ni el deseo de bancarte en este trago globalizado que el lado salvaje tatuó en tu pobre e industrializada alma.
Permanezco en silencio, se apaga el lívido porno que te trajo e invitó hasta acá. Aflojo la coraza pero te advierto, para que no te confundas, que no me interesa una confesión careta, no quiero juegos ni conversaciones universitarias, no necesito palabras –Si esto es lo que querés, esto es lo que tenés-. Procesás el aviso y lo bajás indefensa. Se mezclan tus puntos de vista, tu parte inconstante, tu edificación posmoderna que te ha convertido en un espectro estético y cesante. –Qué es lo que te hace ser tan distinto?- aventurás intrigada –Qué tenés que te hace bancarlo más?
Medito antes de responder, lo políticamente correcto me importa tanto como la gente que muere por TV y la decencia que imploran desde religiones que flotan entre mierda. No estoy libre de duda, ni de culpa, por eso tiro la primera piedra.

-Algunos no nacimos para morir- te digo mientras te sostengo la mano, abandonando ese trance indiferente que el desierto de los 2000 nos ha inculcado.

No hay comentarios: