-No podés bancar lo obsceno- dice envalentonada mientras
intenta calentar un aire ya denso de tanto vapor y fluidos, y se sirve más
whisky en el vaso recargado. –No me importa lo que pienses, ni vos ni nadie-. Y
ahí, automáticamente, pienso para mí mismo: ay no, ahí viene otra catarata de
pensamientos seudo inteligentes de una veinteañera que roza los 30 y está
enojada con el mundo por haberla pasado por arriba sin siquiera haberle dejado
una buena foto de recuerdo. Las que están en Facebook, Instagram o sea cual sea
la red social de moda, son posadas, fabricadas, tan falsas como sus siliconas.
Tiene el maquillaje negro de los ojos corridos, me pregunto si por el vacío que
le viene después del sexo o el estadío existencial en el que está ahora, medio
en pedo medio filósofa, despotricando contra todas las mentiras que el universo
te dice desde el momento en que abrís los ojos.
Mientras tanto me estiro en la cama, tan desnudo como ella
pero con reservas: sigo drogado con su escote y la calma, que la boluda está
empezando a quebrar con tanto maniqueísmo verbal, me empuja para abajo, a una
relajación sincera que me hace ver, claramente, que ninguno de nosotros puede
salvar el mundo. Y ahí sigue, anticipando el giro que va a dar su discurso
hacia la peligrosa esquina de la nostalgia, cuando empieza a detallar cómo las
cosas antes eran mejores, como mi generación se perdió lo que valía la pena,
nacimos demasiado tarde para ver en vivo a Nirvana, el auge del cd y todo lo
bueno que el fin de siglo parecía traer, incluido el primer éxtasis de las
raves, ese con la pureza que traían los yanquis y ahora ya no se consigue:
hasta el vuelo de nuestro días es mediocre.
La liquidez de la que hablaba Bauman es mucho más cierta de lo
que se suele creer: nos dirigimos a un mar abandonado, absoluto y atestado de
besos sin sentido y vellos púbicos que se entrelazan por el simple placer
carnal y momentáneo de la falsa sensación de unidad, de la que en cuanto
salimos del delirio generado en el acto queremos correr. La hipocresía avanza
en todos los términos, la gente ni siquiera se molesta en molestarse.
Rodás hasta mi parte del colchón y pasás tu mano por mi
pecho. Te sorprende que en una sociedad mediatizada y estandarizada todavía
encuentres un chico vintage y análogo que escucha vinilos y no se depila el
pecho. Bajás y subís el índice por el esternón hasta el ombligo, mirando
hipnotizada el movimiento que mis pulmones le dan al cuerpo, al entrar y salir
cuando el aire escapa. –Si esto no es conexión, qué lo es?- preguntás más para
vos que para mí, mientras mirás de costado tu teléfono en la mesa de luz
prender y apagar su luz de notificación. Mi silencio te hace sentir cómoda, la
duda de si me chupa un huevo lo que decís o estoy analizando por lo bajo tu
encrucijada te encripta, te sostiene, y te da la oportunidad de dejar de
pretender, aunque sea por 5 minutos, que sos otra persona, alguien mejor, más
sonriente, más fabricada, más ajustada a lo que se supone que tenés que ser.
Este podría ser mi momento, podría intentarlo. Bastaría con solo
abrir parte de la canilla para que la catarata de esencia inunde el cuarto y me
puedas conocer verdaderamente. –Estás despierto?- preguntás fuerte, sin dudar
de mi somnolencia sino para que salga del ensimismamiento que tan sola te hace
sentir a pesar de tenerme al lado. –Estoy acá- te respondo mirándote a los
ojos. –En qué estabas pensando?- avanzás dudosa, poniendo tu cara sobre mi
pecho y haciendo contacto visual, algo poco habitual en estos tiempos donde
Tinder es más efectivo que un bar. –En que tenés olor a lunes- te respondo y te
derretís, apreciás por primera vez algo que te hace pensar y sentir al mismo
tiempo, y te mordés el labio con una sonrisa que no podés controlar. –Vos tenés
olor a 90`s- me retrucás entre el cariño y el excite. El tocadiscos suena
mientras alargamos el silencio, y escuchamos como Damon Albarn y sus compañeros
de Blur hablan sobre estereotipos y universalidades.
Miro como se debate en tu interior la fiebre desangrada de
palabras encantadas, te sentís como en el fin de un largo viaje, como un suave
aterrizaje en el que el reloj no atrasa ni adelanta. –Querés dormir un rato?- me
preguntás conteniendo un bostezo –Yo no duermo con mujeres- sonrío serio. Es
peligroso dormir con una persona, es probablemente el momento de mayor
vulnerabilidad y cercanía que se puede tener. No intento hacerme el terapeuta
berreta, pero garchar garcha cualquiera y de cualquier forma. No hay necesariamente
verdadera conexión, es físico, es mecerse en un columpio de manos, transpiración
y mordiscos. Dormir supone un paso más, una verdadera aceptación, una entrega
que no estoy dispuesto a dar. –Y lo que acabamos de hacer como lo denominás?-
susurrás mientras te subís arriba mío, rozando con tu cintura la erección que
tanta parafernalia sexual me genera, variando entre aburrimiento y brazas. –Lo
que te acabo de hacer es todo menos dormir, no te parece?- entrecierro los ojos
y te recorro con la mirada. Dejás de sonreír por un minuto y no te dominás a
tiempo, te sale la minita de adentro –te importo un poco aunque sea o soy una
chonga a la que llamás cuando te aburrís?- soltás mientras te sentás en mi
cintura, expectante. Temés la cruda sinceridad por sobre el confort de la
mentira. –De dónde salió esa femenina vanidad?- pregunto con sorna –no es mejor
simplemente estar y dejarme acariciarte?
Te bajás y acostás a mi izquierda: venías por el centro pero
resbalás hacia la utopía de un sentimiento comunista que solo se encuentra en
manuales antiguos y películas con finales felices. Tus piernas son un coro, las
recorro como un rayo y no caigo, aguanto. Me mirás desde tu infierno y te
confesás “Quiero volver al kilómetro 0”. Sé que te estás abriendo, me siento
perverso porque no sé si tengo el coraje ni el deseo de bancarte en este trago
globalizado que el lado salvaje tatuó en tu pobre e industrializada alma.
Permanezco en silencio, se apaga el lívido porno que te
trajo e invitó hasta acá. Aflojo la coraza pero te advierto, para que no te
confundas, que no me interesa una confesión careta, no quiero juegos ni
conversaciones universitarias, no necesito palabras –Si esto es lo que querés,
esto es lo que tenés-. Procesás el aviso y lo bajás indefensa. Se mezclan tus
puntos de vista, tu parte inconstante, tu edificación posmoderna que te ha
convertido en un espectro estético y cesante. –Qué es lo que te hace ser tan
distinto?- aventurás intrigada –Qué tenés que te hace bancarlo más?
Medito antes de responder, lo políticamente correcto me
importa tanto como la gente que muere por TV y la decencia que imploran desde
religiones que flotan entre mierda. No estoy libre de duda, ni de culpa, por
eso tiro la primera piedra.
-Algunos no nacimos para morir- te digo mientras te sostengo
la mano, abandonando ese trance indiferente que el desierto de los 2000 nos ha
inculcado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario