El inmenso bosque en el que me encuentro no deja de sorprenderme con su extensión y clima, dueño de una atmosfera única, poseedor de una burbuja planetaria, generando así este mundo a parte, deshabitado y calmo, que me recibe calladamente.
Carente de color, el espacio se me presenta en grises imágenes, inmaculadas y estéticas, pero frías y solitarias, como una antigua película o una fotografía olvidada.
Me rodean miles de profundas raíces y edificaciones naturales, levantadas por una madre verde y ermitaña.
Los anoréxicos troncos flamean con el latido del viento, dando a conocer su fragilidad ante la tempestad.
Hacia arriba solo veo un manto de hojas que cubre el cielo, permitiendo que únicamente con sutileza y timidez escasos haces de luz penetren y alumbren de una tenue luminosidad todo lo bajo.
Mis pasos resuenan ante todo le silencio mudo del aire que parece ignorar completamente mi presencia.
Repleto de cansancio abandone mi antigua vida, mi altar moderno y hábitos soberbios en búsqueda de una calma total, distante lejanía que mi verbo profano tanto había callado.
Así llegue a este lugar secreto, bosque de tiempo y carencia.
Ajeno a todo emprendí el viaje hasta aquí, aquel cercano otoño en el que Dios cayó hostigado y sin respuesta ante unos hijos hastiados, envolviéndose en un bíblico basta.
No hay signos de una fauna existente, el agua esta ausente y también la razón, el día y deseo.
He tirado ya las mochilas del periodo mortal, desperdigando mis átomos por el camino recorrido hasta este punto, el eterno aquí y ahora.
El inconciente psicológico está cargado de alivio, una vez abrazado el fin, la vuelta al principio y el pasaje ganado por estos follajes soñados y campos pictográficos.
Sin embargo, a pesar de la nada sensitiva y mental que me contagian los árboles, sonrío cuando te recuerdo.
Mi cara vuelve a transmitir, revolviendo el sentimiento que atesora mi memoria.
Me acompañas hasta en el mero allá.
Te siento.
Una brisa me regala tu aroma y cierro los ojos para verte; viendo la belleza que me brindaste vuelvo a caer en los efectos de tu droga, sos una adicción indómita, una ligadura al alma.
Lentamente escucho el roce de las hojas que se acarician con fraternidad.
El bosque se impregna de un coro de suspiros divinos.
Lo sigo transitando en búsqueda de nuestro reencuentro, pensando en la olvidada última vez.
Finalmente la luz se intensifica y pausadamente te vas enfocando en un halo enceguecedor.
La felicidad se entrelaza con la tan deseada paz.
Llegaste.
23 de noviembre de 2010
14 de noviembre de 2010
la siesta
Luego de una madrugada insomne, y una jornada laboral matutina que negó cualquier posibilidad de cerrar los pesados parpados por más de cinco segundos, atravieso las calles de la desordenada ciudad en un colectivo atestado de humanidad, vorágine y temperatura.
La gente viaja en sus asuntos y escapes, jóvenes que leen, señoras repletas de rechinantes bolsas, plásticas veteranas buscadoras de atención, centenarios e infantes, un adolescente que escuchas “música” en su celular, sin auriculares obviamente, brindando a los pasajeros un conciertos de acordes pobres y ruido polifónico.
Es un caos individual y conjunto; el impas del transporte publico.
Al abandonarlo arranca la eterna distancia de esas tres cuadras que separan mi hangar de la parada.
Las piernas, quejosas y endurecidas, vociferan insultos contra las imperfecciones que el gris pavimento aporta al cansancio existentes y adormecidos músculos.
La razón esta atontada y analiza la filosofía natural de un mundo injusto, decepcionantes y juzgador, un valle de lagrimas divino y hostigado.
Finalmente abro la puerta que me recibe con silencio, brindando un aura de calma que reverbera cuando vocifero en un éxtasis susurrante: -llegue
Sin siquiera mirar mí alrededor me desvisto en un impúdico segundo y caigo, derrotado en la victoria, sobre la confortable cama que abraza mi cuerpo invitándolo a un atractivo sueño.
Viajo en trance por un camino disgrafico generado por la inconciencia de la vida.
Desorientado vuelvo lentamente a una desenfocada realidad.
La boca, sequísima, se empasta en un líquido pedido a medida que las pupilas sitúan mi ser.
El cuerpo es un yunque, cuesta moverme y cada célula parece ofendida, negándose a trasladarme.
Logro sentarme contra la cabecera y mi mente, decepcionada, comprueba que el reloj marca las siete.
El sol se esta escondiendo tras su adiós llevándose consigo gran parte de la luminosidad, dejando mi cuarto en un oscuro atardecer.
El sueño de la tarde nunca es bueno, el cuerpo no termina de relajarse incapaz de alcanzar un descanso tan claro y total como el de la noche.
El cabeza queda frágil, confuso y reprochante, se enoja cuando lo animal cede a la tentación de una culposa siesta.
Por más que dure apenas un par de horas se siente como perder el día, regalando momentos irrecuperables, perdidos.
Uno se pone de mal humor por el conjunto de consecuencias sensoriales que genera el acostarse con el sol y retornar en un despertar eclipsado y carente, que solamente una siesta sabe situar.
La gente viaja en sus asuntos y escapes, jóvenes que leen, señoras repletas de rechinantes bolsas, plásticas veteranas buscadoras de atención, centenarios e infantes, un adolescente que escuchas “música” en su celular, sin auriculares obviamente, brindando a los pasajeros un conciertos de acordes pobres y ruido polifónico.
Es un caos individual y conjunto; el impas del transporte publico.
Al abandonarlo arranca la eterna distancia de esas tres cuadras que separan mi hangar de la parada.
Las piernas, quejosas y endurecidas, vociferan insultos contra las imperfecciones que el gris pavimento aporta al cansancio existentes y adormecidos músculos.
La razón esta atontada y analiza la filosofía natural de un mundo injusto, decepcionantes y juzgador, un valle de lagrimas divino y hostigado.
Finalmente abro la puerta que me recibe con silencio, brindando un aura de calma que reverbera cuando vocifero en un éxtasis susurrante: -llegue
Sin siquiera mirar mí alrededor me desvisto en un impúdico segundo y caigo, derrotado en la victoria, sobre la confortable cama que abraza mi cuerpo invitándolo a un atractivo sueño.
Viajo en trance por un camino disgrafico generado por la inconciencia de la vida.
Desorientado vuelvo lentamente a una desenfocada realidad.
La boca, sequísima, se empasta en un líquido pedido a medida que las pupilas sitúan mi ser.
El cuerpo es un yunque, cuesta moverme y cada célula parece ofendida, negándose a trasladarme.
Logro sentarme contra la cabecera y mi mente, decepcionada, comprueba que el reloj marca las siete.
El sol se esta escondiendo tras su adiós llevándose consigo gran parte de la luminosidad, dejando mi cuarto en un oscuro atardecer.
El sueño de la tarde nunca es bueno, el cuerpo no termina de relajarse incapaz de alcanzar un descanso tan claro y total como el de la noche.
El cabeza queda frágil, confuso y reprochante, se enoja cuando lo animal cede a la tentación de una culposa siesta.
Por más que dure apenas un par de horas se siente como perder el día, regalando momentos irrecuperables, perdidos.
Uno se pone de mal humor por el conjunto de consecuencias sensoriales que genera el acostarse con el sol y retornar en un despertar eclipsado y carente, que solamente una siesta sabe situar.
8 de noviembre de 2010
el abrazo
Los cuerpos, previamente separados por meridianos sentimentales y construcciones inertes, se van aproximando lenta y continuamente, temerosos a algún movimiento brusco, un riesgo o demostración demasiado veloz que cause una impresión, o reacción, carente.
Un remolino emocional irrumpe en los interiores batiendo todo camuflaje y mascara, demoliendo los muros que habían levantado para no verse, tocarse ni olerse.
La distancia se acorta y los dos pares de ojos, hipnotizados por el puro cariño no se pierden de vista, focalizando únicamente la esencia del otro, lo profundo.
El corazón de el, inverbe y atontado, late con una energía olvidada, bombeando litros y litros de memoria.
El de ella, tímido pero seguro, se asesora por su abogado, la mente; órgano mucho mas frío y objetivo que le aconseja ir despacio, con calma y protección, sin exponerse a posibles dolores que hostiguen a su cliente.
El sonido se apaga, ninguno de los dos oye nada, los oídos, expectantes por la resolución, amorzadan a los tímpanos; no quieren distraerse con nada y acuden así a una naturaleza muerta, ajena a todo ruido animal.
La marcha se interrumpe al encontrarse divididos por tan solo sentimientos.
Ambos erguidos sobre su altura y orgullo, mirándose fijo, estudiándose, conociéndose como alguna vez lo hicieron.
Las manos de ella rozan las de el, avivando un cosquilleo perdido y tierno, fresco y absoluto.
Se acercan, se entrelazan y finalmente, se abrazan.
Sus cuerpos se convierten en uno bailando al compás de un ritmo invisible y una calma evolutiva.
El ambiente se carga de colores, llenándose de sublimes pinceladas de celeste, rosado y blanco, que se mezclan levantando enlaces derrumbados.
Las manos aprietan mutuamente sus hombros y cinturas, intentando fundirse en el interior de uno, generando aquellos cimientos que habían diseñado, allá atrás, cuando la juventud rebalsaba y el amor lo podía todo.
La demostración de cariño es total.
Se entregan al tacto, a la mezcla y al pasado, deteniéndose el tiempo en un sospechoso paréntesis universal, un lugar y momento de infinito éxtasis, generado por ese incondicional abrazo.
Un remolino emocional irrumpe en los interiores batiendo todo camuflaje y mascara, demoliendo los muros que habían levantado para no verse, tocarse ni olerse.
La distancia se acorta y los dos pares de ojos, hipnotizados por el puro cariño no se pierden de vista, focalizando únicamente la esencia del otro, lo profundo.
El corazón de el, inverbe y atontado, late con una energía olvidada, bombeando litros y litros de memoria.
El de ella, tímido pero seguro, se asesora por su abogado, la mente; órgano mucho mas frío y objetivo que le aconseja ir despacio, con calma y protección, sin exponerse a posibles dolores que hostiguen a su cliente.
El sonido se apaga, ninguno de los dos oye nada, los oídos, expectantes por la resolución, amorzadan a los tímpanos; no quieren distraerse con nada y acuden así a una naturaleza muerta, ajena a todo ruido animal.
La marcha se interrumpe al encontrarse divididos por tan solo sentimientos.
Ambos erguidos sobre su altura y orgullo, mirándose fijo, estudiándose, conociéndose como alguna vez lo hicieron.
Las manos de ella rozan las de el, avivando un cosquilleo perdido y tierno, fresco y absoluto.
Se acercan, se entrelazan y finalmente, se abrazan.
Sus cuerpos se convierten en uno bailando al compás de un ritmo invisible y una calma evolutiva.
El ambiente se carga de colores, llenándose de sublimes pinceladas de celeste, rosado y blanco, que se mezclan levantando enlaces derrumbados.
Las manos aprietan mutuamente sus hombros y cinturas, intentando fundirse en el interior de uno, generando aquellos cimientos que habían diseñado, allá atrás, cuando la juventud rebalsaba y el amor lo podía todo.
La demostración de cariño es total.
Se entregan al tacto, a la mezcla y al pasado, deteniéndose el tiempo en un sospechoso paréntesis universal, un lugar y momento de infinito éxtasis, generado por ese incondicional abrazo.
4 de noviembre de 2010
la culpa
Aun cuando el tiempo me golpeaba y los hechos me refutaban, siempre me mantuve en mi moral postura, galardonando mi dogma, afirmando la única realidad visible pero raramente alcanzable: la verdad.
Sin embargo con agridulce sabor noto que por el contrario la mayoría de aquellos que me rodean carecen de mi estúpida y heroica filosofía, que tantos dolores de cabeza y tan pocas satisfacciones me ha traído.
Te veo y se confirman mis hipótesis: hay un arte oculto, callado y mortífero, que pocos practican, menos dominan y ninguno acepta con completa libertad: la culpa.
Con el pasar de los años te fuiste instruyendo y aplicando en esta traicionera disciplina, transgiversando mi carne e implantando la duda en las normativas sociales y personales en las que mi ínfima persona se basaba (o basa?)
En tu rapsodia eras (y sos) la mejor, y nadie siquiera osaba corromper la psicología de tu circense verbo.
Las situaciones viraban a tu deseo, decorando las líneas con evasivas gesticulaciones y temporales lagrimas que emergían de esos enamoradizos ojos esperando recoger los frutos de la cosecha, la culposa ganancia de la culpa.
Y a pesar de que eras conciente de tu práctica, de tu don, como todo en tu visión, tenia 2 dictamines, 2 matices.
Inconcientemente conciente sufrías el beneficio que tu reverberada palabra generaba entre mortales.
Logras lo que queres torciendo la realidad, ganándole la pulseada a la razón y carcomiendo sentimientos ajenos.
Se nota en tu mirada que no hay maldad detrás de tu alma, simplemente inmadurez, utopia y capricho.
Una simple persona, astuta y convincente, que al mojarse bajo la lluvia, hace sentir culpable al cielo.
Sin embargo con agridulce sabor noto que por el contrario la mayoría de aquellos que me rodean carecen de mi estúpida y heroica filosofía, que tantos dolores de cabeza y tan pocas satisfacciones me ha traído.
Te veo y se confirman mis hipótesis: hay un arte oculto, callado y mortífero, que pocos practican, menos dominan y ninguno acepta con completa libertad: la culpa.
Con el pasar de los años te fuiste instruyendo y aplicando en esta traicionera disciplina, transgiversando mi carne e implantando la duda en las normativas sociales y personales en las que mi ínfima persona se basaba (o basa?)
En tu rapsodia eras (y sos) la mejor, y nadie siquiera osaba corromper la psicología de tu circense verbo.
Las situaciones viraban a tu deseo, decorando las líneas con evasivas gesticulaciones y temporales lagrimas que emergían de esos enamoradizos ojos esperando recoger los frutos de la cosecha, la culposa ganancia de la culpa.
Y a pesar de que eras conciente de tu práctica, de tu don, como todo en tu visión, tenia 2 dictamines, 2 matices.
Inconcientemente conciente sufrías el beneficio que tu reverberada palabra generaba entre mortales.
Logras lo que queres torciendo la realidad, ganándole la pulseada a la razón y carcomiendo sentimientos ajenos.
Se nota en tu mirada que no hay maldad detrás de tu alma, simplemente inmadurez, utopia y capricho.
Una simple persona, astuta y convincente, que al mojarse bajo la lluvia, hace sentir culpable al cielo.
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