Aun cuando el tiempo me golpeaba y los hechos me refutaban, siempre me mantuve en mi moral postura, galardonando mi dogma, afirmando la única realidad visible pero raramente alcanzable: la verdad.
Sin embargo con agridulce sabor noto que por el contrario la mayoría de aquellos que me rodean carecen de mi estúpida y heroica filosofía, que tantos dolores de cabeza y tan pocas satisfacciones me ha traído.
Te veo y se confirman mis hipótesis: hay un arte oculto, callado y mortífero, que pocos practican, menos dominan y ninguno acepta con completa libertad: la culpa.
Con el pasar de los años te fuiste instruyendo y aplicando en esta traicionera disciplina, transgiversando mi carne e implantando la duda en las normativas sociales y personales en las que mi ínfima persona se basaba (o basa?)
En tu rapsodia eras (y sos) la mejor, y nadie siquiera osaba corromper la psicología de tu circense verbo.
Las situaciones viraban a tu deseo, decorando las líneas con evasivas gesticulaciones y temporales lagrimas que emergían de esos enamoradizos ojos esperando recoger los frutos de la cosecha, la culposa ganancia de la culpa.
Y a pesar de que eras conciente de tu práctica, de tu don, como todo en tu visión, tenia 2 dictamines, 2 matices.
Inconcientemente conciente sufrías el beneficio que tu reverberada palabra generaba entre mortales.
Logras lo que queres torciendo la realidad, ganándole la pulseada a la razón y carcomiendo sentimientos ajenos.
Se nota en tu mirada que no hay maldad detrás de tu alma, simplemente inmadurez, utopia y capricho.
Una simple persona, astuta y convincente, que al mojarse bajo la lluvia, hace sentir culpable al cielo.
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