Estoy cansado de que me lleven al hastío, de que presionen mi ego, agitándolo y torciéndolo, buscando sin sentido una reacción animal de mi carne.
Mi interior, siempre bastante blanco, se va llenando de ira a medida que el silencio sigue siendo cortado por tus nefastas palabras, que sin darte cuenta (o sabiéndolo?) vociferás, ofuscándome.
Desvanecete, andate como siempre hiciste cuando las cosas se complicaron.
No sos más que el humo de un cigarrillo, la sal del mar o el acorde de alguna olvidable canción que escuchaste en un bar al que nunca volverás.
Despertás sentimientos ocultos, callados, que no quieren amanecer y lucho por mantener en sueños lejanos, secretos y pálidos.
Empujás el limite, que palabra a palabra vas desdibujando con tu verbo y sonido, inquietando la frágil calma que tanta psicología me lleva conseguir.
Mantenés una discusión en la cual no quiero participar, y poco a poco comienzo a pensar y mirar hacia mí, reencontrándome con los hechos, el pasado y lo básico.
Odio la dualidad de mi esencia, queriéndote a pesar del mal que has hecho, soportando tu abandónico ser y necesitando, a pesar de todo, tu ausente compañía.
Tus pasos son como notas de alguna trágica sinfonía de Beethoven, que anticipan el final de tu arte, anticipando tu nueva ida, despreocupado, dejando mi centro herido y oscuro.
Basta de recuerdos e idealizaciones, tengo que dejar de subirte a un lugar que vos deshaces y no te interesa pisar jamás.
Tengo que asimilar tus carencias, tus faltas, tu simpleza.
Seguís presionando y la ira no se desvanece, a la sangre empieza a gustarle que vociferes tus imprudentes reproches, ya casi disfruta que empujes mi razón al borde, le gusta planear la consecuencia.
A medida que sigo pensando y tu incesante balbuceo no frena, visualizo en mi interior como la insania y la dulce reacción vendan los ojos de la prudencia, la razón y la calma, que no luchan y permiten, permaneciendo expectantes a la resolución.
El mapa se torna rojo y la violencia me invade, desperdigándote por el ambiente, cuando satisfactoriamente, me vengo.
24 de agosto de 2010
16 de agosto de 2010
el globo
Comienzo a sentir, a medida que mi madre aprieta sus labios contra mi apertura, traspasando su aire a mi vientre que poco a poco se va hinchando como por arte de magia.
Engordo en segundos y finalmente remueve su boca para dar lugar a sus calidos dedos que me agarran el extremo amarrándolo dulcemente, protegiéndome de flaquezas y prolongándome una vida larga y colorida.
Finaliza el parto y me ata una cuerda blanca y brillota, mientras siento que me agarra un niño, seguramente mi hermano.
El muchacho me mira, divertido con mi azul intenso y me sujeta la cabeza, pasando sus manitas por la misma, permitiéndome hablar, pero solamente genero afónicos ruidos que molesta a mamá. A nadie le gusta mi voz, siendo preferible callarme pues no quiero que me pinchen.
Las horas se sienten eternas y mi hermano me lleva al verde jardín, mostrándome la tempestad natural que azota al cielo que con fuertes vientos intenta arrancarme de su lado, vientos capaces de hacer volar hasta al niño.
Me maravillo con los matices violáceos que cierto artista pintó en el cielo, que solamente son interrumpidos cuando algún indómito rayo irrumpe la pintura con brillo y blanco.
La corriente impactando en mi cuerpo me brinda una sensación única, a medida que voy sintiendo como mi hermano va soltando de a poco el piolín que nos une la carne.
El pobre se esta quedando dormido y su cansina mano resbala la soguita que ya no puede sujetarme, y antes de poder despedirme me veo volando al vértigo, manejado por un invisible conductor que me guía hacia el destino.
Todo mi plástico se preocupa cuando empiezan a caer las primeras gotas que al colisionarme causan gran dolor, generando una inevitable caída y cambio de dirección, acercándome velozmente a la copa de sádicos árboles cuyas hojas abandonar al ocultarse el verano, dejando al descubierto sus finos huesos.
Viajo hasta el final, mientras siento la fuerza empujándome hacia el ayer, dictaminando mi futuro, jugando con mi azar.
Mi azul se empalidece cuando toca las primeras ramitas, que me lastiman y rasgan, cortajeando mi frágil cubierta.
Voy frenando mi velocidad, apoyándome lentamente en una tímida esquina, mientras las ramas se ríen y el árbol se despereza.
Finalmente descanso, inmóvil y extático sobre un leve relieve, que termina de desgarrarme y en un adiós, exploto.
Engordo en segundos y finalmente remueve su boca para dar lugar a sus calidos dedos que me agarran el extremo amarrándolo dulcemente, protegiéndome de flaquezas y prolongándome una vida larga y colorida.
Finaliza el parto y me ata una cuerda blanca y brillota, mientras siento que me agarra un niño, seguramente mi hermano.
El muchacho me mira, divertido con mi azul intenso y me sujeta la cabeza, pasando sus manitas por la misma, permitiéndome hablar, pero solamente genero afónicos ruidos que molesta a mamá. A nadie le gusta mi voz, siendo preferible callarme pues no quiero que me pinchen.
Las horas se sienten eternas y mi hermano me lleva al verde jardín, mostrándome la tempestad natural que azota al cielo que con fuertes vientos intenta arrancarme de su lado, vientos capaces de hacer volar hasta al niño.
Me maravillo con los matices violáceos que cierto artista pintó en el cielo, que solamente son interrumpidos cuando algún indómito rayo irrumpe la pintura con brillo y blanco.
La corriente impactando en mi cuerpo me brinda una sensación única, a medida que voy sintiendo como mi hermano va soltando de a poco el piolín que nos une la carne.
El pobre se esta quedando dormido y su cansina mano resbala la soguita que ya no puede sujetarme, y antes de poder despedirme me veo volando al vértigo, manejado por un invisible conductor que me guía hacia el destino.
Todo mi plástico se preocupa cuando empiezan a caer las primeras gotas que al colisionarme causan gran dolor, generando una inevitable caída y cambio de dirección, acercándome velozmente a la copa de sádicos árboles cuyas hojas abandonar al ocultarse el verano, dejando al descubierto sus finos huesos.
Viajo hasta el final, mientras siento la fuerza empujándome hacia el ayer, dictaminando mi futuro, jugando con mi azar.
Mi azul se empalidece cuando toca las primeras ramitas, que me lastiman y rasgan, cortajeando mi frágil cubierta.
Voy frenando mi velocidad, apoyándome lentamente en una tímida esquina, mientras las ramas se ríen y el árbol se despereza.
Finalmente descanso, inmóvil y extático sobre un leve relieve, que termina de desgarrarme y en un adiós, exploto.
11 de agosto de 2010
la gargola
Contemplo las estrechas paredes que me rodean y funden al oscuro ambiente en el que me veo inmerso desde hace mucho relojes rotos y caducados.
Me encuentro en uno de los vencidos rincones, volando mentalmente, imaginando sentir.
La caja que me resguarda, a pesar de ser de concreto parece más frágil que nunca, y ya casi es parte de mi anatomía.
Los barrotes son como mis huesos, sólidos pero oxidados, habiendo soportado demasiada tempestad gritan por una pausa, y la tenuidad de la celda es idéntica a la de mi interior.
El silencio es sonoro y solamente es interrumpido cuando otro compañero vocifera algo, perturbando la laxidad de la madrugada.
En una de las paredes veo dibujados miles y miles de palitos blancos, hecho con alguna piedra o agotada tiza, representando cada uno un día de parálisis liberal.
Siempre me pareció mas que acertada aquella imagen, por mas que este trillada en películas o cuentos.
Ese palito ínfimo, anoréxico, solitario y cansino representa un día con una perfección que asusta a las horas.
La libertad me soltó la mano hace demasiado, y ya no recuerdo tenerla ni en las neurona, ya no tiene sabor ni olor, es tan solo un nombre, un concepto.
La memoria no tiene huellas y mi identidad tampoco.
Siento que estoy aquí echado mirando mi aire pasar como en una película muda, vieja, develada.
No distingo colores, todo me sabe a nada y hasta el verbo se ha agotado de la imprudencia que despilfarra el lugar.
Me siento azul y me veo gris, opaco y perlado; mi cuerpo ya es una pieza mas de la cárcel, no desentona ni brilla, permanece exactamente donde lo colocaron, aquel día que mi carne perdió su religión.
Soy una estatua que adorna con sus poses, respiración y espacio.
El tiempo no pasa, se divierte estancándose en una pausa que asesina mis agujas, sulfatando el reloj y las venas.
Ya no reconozco la esperanza y la vida parece algo perdido, escurridiza, oculta y conceptual.
La mente se suma al castigo y mi ser lo padece, profanando mis vacíos sueños y helando mi transparente sangre.
Aquí estaré hasta que mis días se aburran y el centro decida apagarse acabando con tanta carencia, silencio y gris.
Me encuentro en uno de los vencidos rincones, volando mentalmente, imaginando sentir.
La caja que me resguarda, a pesar de ser de concreto parece más frágil que nunca, y ya casi es parte de mi anatomía.
Los barrotes son como mis huesos, sólidos pero oxidados, habiendo soportado demasiada tempestad gritan por una pausa, y la tenuidad de la celda es idéntica a la de mi interior.
El silencio es sonoro y solamente es interrumpido cuando otro compañero vocifera algo, perturbando la laxidad de la madrugada.
En una de las paredes veo dibujados miles y miles de palitos blancos, hecho con alguna piedra o agotada tiza, representando cada uno un día de parálisis liberal.
Siempre me pareció mas que acertada aquella imagen, por mas que este trillada en películas o cuentos.
Ese palito ínfimo, anoréxico, solitario y cansino representa un día con una perfección que asusta a las horas.
La libertad me soltó la mano hace demasiado, y ya no recuerdo tenerla ni en las neurona, ya no tiene sabor ni olor, es tan solo un nombre, un concepto.
La memoria no tiene huellas y mi identidad tampoco.
Siento que estoy aquí echado mirando mi aire pasar como en una película muda, vieja, develada.
No distingo colores, todo me sabe a nada y hasta el verbo se ha agotado de la imprudencia que despilfarra el lugar.
Me siento azul y me veo gris, opaco y perlado; mi cuerpo ya es una pieza mas de la cárcel, no desentona ni brilla, permanece exactamente donde lo colocaron, aquel día que mi carne perdió su religión.
Soy una estatua que adorna con sus poses, respiración y espacio.
El tiempo no pasa, se divierte estancándose en una pausa que asesina mis agujas, sulfatando el reloj y las venas.
Ya no reconozco la esperanza y la vida parece algo perdido, escurridiza, oculta y conceptual.
La mente se suma al castigo y mi ser lo padece, profanando mis vacíos sueños y helando mi transparente sangre.
Aquí estaré hasta que mis días se aburran y el centro decida apagarse acabando con tanta carencia, silencio y gris.
10 de agosto de 2010
niñez inquebrantable
Aparece en escena como si se tratase de alguno de sus programas o películas favoritos, cantando en lenguas ocultas, regalando una sonrisa y abriendo sus brazos como si quisiera donarte un abrazo.
Su inocencia absoluta se nota en cada gesto, parte y faceta, abriendo al publico una pureza en esencia que tardara años en mancharse.
Se sienta, hasta la comida es una excusa para jugar, disfrutando lo cotidiano y casual, emana sabiduría a aquellos con mas conciencia.
Se cae, se levanta y sigue, nada lo detiene ni perturba, y alegra hasta el rincón mas oscuro con tanta risa.
Rápido, miralo, analiza como se mueve y charla con la perra, que la mira con una inteligencia cósmica a medida que sigue contándole los secretos.
Su sinceridad abruma, no tiene tiempo para engañar o persuadir, no puede.
Me ve sentado y se acerca, con ese divertido paso tambaleante, iluminando hasta sus ojos y me abraza con un sentido que difícilmente otra persona me brinde.
Dale, sostenelo, a pesar de la confianza que aparenta es frágil, sin que se lo pidas te da la mano para dar un paseo en el que vera cosas que ojos adultos no pueden enfocar y adornar.
Finalmente termina su día, cansado como si hubiese caminado mil kilómetros, hecho un bollito en su cama, repleto de osos, dibujos y juguetes, brindándonos una lección sobre la esencia de la vida, el color de la misma.
Su inocencia absoluta se nota en cada gesto, parte y faceta, abriendo al publico una pureza en esencia que tardara años en mancharse.
Se sienta, hasta la comida es una excusa para jugar, disfrutando lo cotidiano y casual, emana sabiduría a aquellos con mas conciencia.
Se cae, se levanta y sigue, nada lo detiene ni perturba, y alegra hasta el rincón mas oscuro con tanta risa.
Rápido, miralo, analiza como se mueve y charla con la perra, que la mira con una inteligencia cósmica a medida que sigue contándole los secretos.
Su sinceridad abruma, no tiene tiempo para engañar o persuadir, no puede.
Me ve sentado y se acerca, con ese divertido paso tambaleante, iluminando hasta sus ojos y me abraza con un sentido que difícilmente otra persona me brinde.
Dale, sostenelo, a pesar de la confianza que aparenta es frágil, sin que se lo pidas te da la mano para dar un paseo en el que vera cosas que ojos adultos no pueden enfocar y adornar.
Finalmente termina su día, cansado como si hubiese caminado mil kilómetros, hecho un bollito en su cama, repleto de osos, dibujos y juguetes, brindándonos una lección sobre la esencia de la vida, el color de la misma.
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