29 de diciembre de 2014

la hipoteca

No hace falta mucho para contentarme. Soy el símbolo de que lo simple suele ser lo más complicado. No encuentro emoción ni devoción, se me hacen difíciles las cosas más fáciles, tengo una cura que no encontró ningún doctor, una vida privada que no existe, completa de besos que se apagaron en un silencio violento y real.
Acá, sentado viendo el amanecer en el marco de esa ventana desde la que se ve el rio, uno casi que puede volver a nacer y aprender. Sin embargo no te equivoques, las personas no cambian de verdad, no te asustes que ganar y perder es lo mismo, el resto siempre se lo queda el dueño. Mirá, tené cuidado, esta escena puede parecer salida de una fotografía asepiada con ínsulas artísticas, pero nada más lejano. No sé lo que me pasa, pero tampoco creo que lo vaya a saber.
El humo del sahumerio me envuelve en un halo místico y sensitivo, siento la mezcla del aroma ámbar que se encuentra y desencuentra en un espiral in eternum, una danza afrodisíaca que emula el cotejo de dos cuerpos desatados que se atan, para volver a desatarse. No tenés que pretender conmigo, no me importa cuánto vales, veo más de lo que hay para ver.
Te miro pasar, con las piernas apoyadas y envueltas por mi brazo en una posición casi natal, y volvés tus pasos atrás. Cruzás la puerta temerosa, y te parás frente al ventanal, intentando no despertarme de mi ensoñación para no engañarme a saber. -¿Estás bien?- oigo que pronunciás casi en un susurro enamorado, te preocupa mi profundidad pero apenas duele, en el fondo es lo que más te gusta de mí. –Si estoy con vos, estoy bien- te respondo con una sonrisa incipiente. Mi respuesta te llena pero no completa, y te perdés mirando el humo preguntándote si  de un momento a otro se puede desvanecer mi presencia. Descansás parada, sosteniendo la pared que en cualquier momento se cae. –Estaba pensando en cuando éramos chicos- te digo, alargando el después. No solemos hablar de aquella época en la que Menem hizo la broma pesada de la importación del sueño americano. A nuestras familias les pegó fuerte la fiebre del `99, y no sobrevivieron la muerte del 2001. Padres divorciados por la presión en el pecho de una crisis que atrasaba el esfuerzo de 30 años, el no poder rehacer lo deshecho, palabras tenues y espíritus desangrados que habían hipotecado la esperanza.
Enfoco la mirada hacia el río mientras te sentás en la cama y envolvés tu espalda con mi manta, esperando que te cuente lo que atormenta mi calma. Es increíble la sensación de interior revuelto que me da mirar el agua… uno se retrotrae a momentos ahogados, en los que es difícil ser un caballero y no mandar a medio mundo a la puta que lo pario, mientras te mecés en un columpio de rabia, tristeza y lamparitas quemadas. -¿Sabés cuál es la mejor solución? No hay que olvidar lo que no puede olvidarse.- te suelto y me escuchás, recordando por dentro tu quimera de ilusión dolarizada. Me mirás pero no enfocás. Estás reviviendo cuan liviana te sentías cuando todo era barato y la vida no costaba nada. –Me acuerdo el día que papá perdió su laburo, ese para el que había dado su vida y vendido el alma, esa multinacional yanqui que lo definía y completaba probablemente más que ninguna de nosotras- arrancás abriendo el recuerdo y haciendo referencia a tu vieja y 2 hermanas –no me voy a olvidar más la mirada que tenía, sentado en el living de casa en boxers, como si no mereciera usar el traje elitista que significaba ser alguien, con la tristeza dopada de a quien la vida se le terminó, de a quien no le queda más cuerda-. Te callás y tragás, saludando el pasado y sintiendo la punzada de ese dolor que mutó en herida, en cicatriz, en humedad y luego en mito.
-¿Vos de qué te estás acordando?- me preguntás curiosa de saber cuánta perdida tuve en mi infancia madura. –Pienso que es más fácil comprar una casa que hacer un hogar- te digo intoxicado por la historia. Nos sumergimos en el atrás pero con una melancolía optimista, esa que tienen los que han nadado en el abismo y ahora se recuestan al mar.
Me contemplás como a alguien lejano, que está sin estar. Ya sé que me voy, pero siempre vuelvo. Casi todas las mañanas te encuentro y me pregunto cómo hacés que los cielos nublados tengan sol. Los padecientes del miedo se pasan los días temiendo la próxima explosión, la vida no termina donde vos crees.
Ahora, que pensás que tenés tiempo, que crees que escuchas un sonido aunque no hay nadie más alrededor, es momento de que aprendas que nada es gratis, que todo deja una marca, que tenemos esa simpleza del que tuvo tanto bardo que no quiere ruido.

-¿Por qué necesitamos una razón para ser felices?- soltás más para vos que para mí, y cierro los ojos pensando en nuestros sueños de cremas lejanas y espumas vacías, intentando subir aunque sé que arriba ya no hay nada. 

6 de noviembre de 2014

lluvia y café

Es inevitable ponerse fundamentalmente desposeído en estos días donde la palabra domingo se queda corta, la lluvia se lleva todo el color del ambiente y te deja todo azul, ni siquiera gris, con el culo para arriba, mirando películas hasta tarde y mostrándote un estado cortazariano en el que debatís internamente sobre la compleja naturaleza de nuestra existencia.
Ojo, no tengo ninguna respuesta para darte, encuentro preguntas cada vez que te miro. Tu corazón está en el lugar correcto, lo sé, no te preocupes, no te olvides, vení y sentate que el café es medicina. Mientras tanto vemos el agua caer, las gotas golpeando el cristal y escuchamos el mundo pasar; te sentás en el sillón vencido sosteniendo la taza con las dos manos, soplándola lentamente y drogándote con el vapor que sube y te cubre. Sos la única persona a la que una remera vieja mía y un par de medias a lunares le quedan bien, sos bella hasta cuando intentás no serlo.
Debo haberme sentido solo, tanto como para intentar hablar con Dios, pero una vez más no tuve respuesta, y acudí a vos, vamos, te cuento mis secretos, vos asentís en silencio, no te horrorices, prometo ser bueno.
Me sonreís con nostalgia, como una máquina que arranca sola pero en mute, con un amor lejano que se cuestiona que pasará. Me vuelve loco que no haya certezas, soy un hombre de hechos pero no encuentro un sostén que soporte el temblor.
En las películas hay una chimenea en este momento. Siempre pensé que el fuego en los livings brinda una sensación de calor y confort que nada ni nadie puede emular, lo convierte en un sitio al que te dan ganas de ir, no sé si me explico, pero es una de las pocas imágenes que Hollywood sí pudo grabar en mi memoria. ¿Es gracioso, no? Nuestros sueños no nos pertenecen, son de otros, de extraños, de unos que se mueven y te envían, te programan, te bombardean, y encima te cobran el peaje por viajar.
Tomo un trago que me calienta la garganta y la panza a medida que baja, no me acelera como le pasa a algunos: por mis venas corre tanta cafeína como sangre. Lo bebo por el gusto, por la compañía, por la charla. Un batido y me siento capaz de leerte la mente, y florecen los pensamientos y sensaciones, y dejamos de querer ir afuera; quizás podamos engañar nuestro orgullo y sostenernos la mano mientras confesamos vergüenzas ocultas.
Me levanto y pongo Bocanada, un disco para escuchar en días así, cuando te falta más de lo que te sobra. Tarareas la pista 7, esa que tanta verdad encapsula, y nos encontramos en el estribillo, por lo bajo, con una mirada cómplice: “a mí me es fácil olvidar”.
Somos socios de un negocio sin ganancias, el amor siempre es así. Hemos escapado de más callejones de los que podemos nombrar, ¿Por qué nos cuesta una vez más?
Yo digo a, vos decís b, y nos reímos, compartimos solo el cariño que nos une. Mejor no me digas, me basta con mirar en profundidad. La historia se enflaquece, estoy cansado de descreer, no quiero que me des la verdad, quedate y pasemos el otoño.
Te hacés una oruga y envolvés con una manta tus piernas, guardás los secretos que no deben ser contados y me mirás, a los ojos, preguntándote quien soy yo. No te respondo, pero me aceptás.
Me decís que vaya, que te abrace un rato. Tranquila, no tengas miedo, que nada te borre la sonrisa, tomá lo que necesites, algún día te vas a dar cuenta que el destino no existe.
Te terminás el café y apoyás la taza en el piso mientras te rodeás con un brazo mío. Podría pasar un millón de años así, ¿No se siente bien respirar mi olor?
Vamos relajándonos, escuchando la lluvia caer, con el sabor a café todavía en la boca, pensando en dejar de pensar.
Un domingo así, un domingo más.


6 de octubre de 2014

el beso de despedida

No es fácil salir, digan lo que digan, la vida sentimental/social de nuestra generación es una garcha, y especialmente para aquellos pocos y afortunados –entre los que, sin ningún remordimiento ni dejo de soberbia (bueno, quizás solo un poco) me incluyo- que usamos la cabeza para algo más que pensar simplemente cómo meternos en los pantalones de cualquier persona sexualmente activa que pasa por delante nuestro.
Y ni siquiera me refiero a la parte del amor, que todos los que lo hemos probado podemos coincidir que tiene su propio universo de problemas y cuestionamientos existenciales, sino hasta los primeros pasos, las primeras salidas. Soy de aquellos que observan, que disfrutan de descubrir, de notar, de encontrarse con los detalles que conforman a una persona en lo que es, y que usualmente terminan definiendo, injustamente –cabe aclarar- de indiferentes, de fríos y en muchas ocasiones, de raros. ¿Por qué? Como ya dije, porque uso la cabeza para algo más que pensar en cómo meterme en sus pantalones.
Uno inevitablemente sabe hacia dónde van las cosas aproximadamente 15 minutos después de que la salida comenzó. Eso es todo lo que se necesita para saber si alguien te gusta, te calienta, te interesa, te aburre o simplemente querés pedirle un taxi y nunca más volver a verle la cara.
No me malentiendan, es divertido el juego de seducción y analizar las estrategias y movimientos de cada uno, la faena del cazador que quiere cazar o aquel que quiere convertirse en presa. Sin embargo hay cientos de cosas que, a pesar de cómo se desenvuelvan las circunstancias de la velada, bajo ningún punto de vista voy a hacer. Cosas de las cuales estoy en contra, cosas que hay que evitar sin importar la situación o el contexto porque las consecuencias pueden resultar fatales.
Para aquellos en posesión de un automóvil, un claro error –que denota un amateurismo alarmante e incrédulo- es el viaje hasta la casa de la muchacha en cuestión. El “ey, te alcanzo hasta tu casa –guiño guiño-“ es una de las maneras preestablecidas para mínimo un chape contorsionista en el asiento delantero, lo cual lo convierte en algo tan trillado y cliché que le quita cualquier gracia posible, a no ser que datos netamente estéticos –para nada menores, no seamos caretas y ni lo neguemos- empujen a un poco de piel. Además, esto nos lleva, inevitablemente, a la paradoja del beso de despedida.
Si lo que estás buscando es un poco de guerra, dale para adelante. No suele ser mi caso, y lo afirmo orgulloso. No hay nada más traicionero, incómodo y peligroso que el famoso y repudiado beso de buenas noches, o como quieran llamarlo según su tribu o clase social (cómo verán soy openmind). Tengo una sola regla respecto a este cierre de noche: no hacerlo.
Afortunadamente no tengo auto, con lo cual evito esa situación en la que la palanca de cambios se interpone y los vidrios se podrían llegar a empañar de rechazo. Pero para los que todavía mantenemos cierto nivel de caballerosidad (aunque siquiera el hecho de que haga mención de la caballerosidad me coloca más cerca de 1950 que del siglo XXI) es prácticamente una fija acompañar a la otra parte caminando hasta su casa, para asegurarse de que llegue segura a destino, sí, pero también porque la charla de vuelta siempre es más distendida que en el bar del que hayan salido, más casual y muchas veces, hasta sincera.
Y la regla se pone a prueba al llegar a la puerta de la casa. Mirás a sus ojos para despedirte y ves que está esperando, como diciéndote “ey, tu boca quiere conocer a mi boca, deberíamos hacer algo al respecto” y automáticamente pensás “uy... que paja”. Haciendo una gambeta messiana vas para el cachete y al salir de ese rincón conocido y confortable, te encontrás con la mirada de incomprensión. Esos ojos de cachorro mojado de “no le gusto”. A lo que podés, esquivando las balas que el camino te depara, salir con frases hechas para hacer sentir mejor “la pase bárbaro o me divertí mucho” pero sabés en tu interior que digas lo que digas su pensamiento va a ser “por qué mierda no me dio un beso? Acaso tengo mal aliento? El hijo de puta seguro se va a ir a ver a otra que no solo le va a dar un simple picotón sino que lo espera con las piernas abiertas. Son todas putas” Este último pensamiento nunca falla: las mujeres, en el fondo –y no tan profundo que digamos- se odian entre sí.
La clave para poder salir airoso es escapar rápido, evitar la prolongación que dé pie a silencios incomodos o miradas de reproche. Ni hablar si la descarada directamente te tira la boca, ahí cagaste, no tenés escapatoria. Te la tenés que chapar, no da rechazar directamente, no hay que ser insensible tampoco. Pero ojo, la palmadita post-chape para indicarle que no se confunda, que esto no los convierte en nada, te puede evitar una serie de mensajitos 5 minutos después de que encares hasta la parada del 60 que te va a llenar el wpp (creeme, siempre llegan).
Entonces, cómo es la cosa? La vida para aquellos bichos modernos que mantenemos cierta dignidad es compleja y azarosa, depara muchas caminatas en solitario y repeticiones de discos emblemáticos de una cultura olvidada y enterrada bajo la digitalización y los estandartes chic de una sociedad vacía y hastiada en la que la cantidad supera la calidad.
Te van a putear, te van a pelear y probablemente, no te voy a mentir, en más de una ocasión sientas el impulso básico de matar a alguien de un escopetazo en la frente por el grado de pelotudez humana que se puede alcanzar, pero tranquilo. Recordá que siempre va a haber una próxima salida, un próximo gin&tonic, y un próximo beso de despedida que esquivar.

11 de agosto de 2014

hola.

-Me mandé una cagada- fue lo único que pude decir ante la noticia. Así empezaba este momento, que de cagada no tenía nada, pero la culpa y la corbata me apretaban la garganta, generando vértigo al ver mi reflejo, una oportunidad, un martillo.
La presión que crecía, palmas mojadas y algo nuevo, un sentimiento expectante y optimista ante la posibilidad de cambiar algo de esta línea recta en la que se ha transformado mi vida, sin sobresaltos, sin placeres gritados.
Luces blancas, un poco de alegría beatle y tu arengue fueron suficientes para tomar una decisión que sintetiza mi esfuerzo, sé que merezco lo que me va a pasar y no temo en sonar soberbio, ¿Si uno no se la cree que le queda al resto?
Es un poco tarde y demasiado temprano para pensar en las cosas que quiero ser, lo único que conozco no me satisface y por momentos siento que el sol no brilla, hay que dejarlo pasar.
Has regado esta amistad con sudor y lágrimas, has dejado que tambaleé y hubo caídas que no pudiste o supiste evitarme, temiendo algún reproche futuro, como esos que vos pronunciás y callás hacia los tuyos. Te cuesta entender que nunca me voy a olvidar de tu nombre, apuesto que jamás pensaste que me iba a importar tanto que me sostengas la mano.
¿Te acordás de las que pasamos? Cierro los ojos y lo veo, como un disco gastado que suena de fondo... ¿Por qué será que los recuerdos siempre aparecen musicalizados? La vida es una melodía reciclada, la ecología garpa pero el exceso sacude, te hace sentir.
Intento no pensar, recordar es peligroso pero hay cierto placer en la nostalgia. Me rasco la cabeza en un gesto solemne para centrarme, y lo veo, las caminatas bajo la lluvia en madrugadas que se comían a los días, los empujones en precipicios, la familia, la foto, los abrazos y las frases. El idioma ha sido tu mejor enseñanza, la palabra me completa y vos lo entendiste desde que pude caminar: no hay nada que me alivie el pecho más que la lapicera.
Hace mucho que te debo un papel donde intente reflexionar con palabras sofisticadas sobre lo que representas en mis días, pero a pesar de que lo intente, y que suene a un cliché digno de película dominguera mal traducida a un español mexicano que pasa la televisión de cable a las 3 de la tarde, no encuentro manera de trasmitir la altura del sentido. Sos tan grande que me sobrepasa el verbo.
Da gracia la ironía de la vida: la persona que más se alegra que vaya a conocer un mundo mejor es la que resignó su oportunidad de pisarlo 20 años atrás, cuando las responsabilidades eran otras y la vida no había dejado tantas huellas.
Los tiempos fueron difíciles en más calendarios de los que podemos contar, hemos tenido demasiados inviernos y pocas canciones nuevas. Sí, ya sé que me falta mucho por aprender, que soy más ateo de lo que a ella le hubiese gustado y que lloro sin lágrimas, pero las cosas son como son, te llevaría conmigo si pudiera pero no aceptarías, me has dicho que hay cosas que no te tengo que dar.
Estás cansada de la lluvia, el impermeable no hace nada en la tormenta.
No tenés maldad, sabés que en esta vida para ganarle al de arriba hay que ser rudo y aún así preferís deambular con sonrisas torcidas sin dudar, es mejor ajustarse el cinturón que sacarle a alguien lo que no es tuyo.
Me dijiste que soy libre, que soy bello y que me vas a extrañar cuando no esté. A dónde mires, me vas a encontrar. No creas que porque me vaya me voy, siempre voy a estar, siempre estoy, siempre estuve.
Comprendés mejor que nadie mi melancolía de ensueño, soy un local desterrado que se mete en el desorden para reconfortar los cachetazos que el crecer le da dado.
Parto por un rato, dejo esta ciudad cargada de esquinas conocidas y lo reconozco, siento calor en mi panza al pensar en llegar a una isla, un asilo para mi alma donde pueda correr, perderme y hallarme. Le hice caso a las advertencias, por un momento las cosas dejaron de ser tan lindas y la luz de emergencia fue muy clara: mi cuerpo es joven pero mi mente está vieja.
No me siento triste, curaste la pena que me daba no esconderte en mi valija, sos una de las pocas personas que tiene un remedio para la tristeza. No voy a pintar ilusiones, no voy a decir que no voy a entrar si voy a tener que salir. No es ninguna sorpresa que voy a testear venenos, dormir menos de lo normal, y embriagarme con el pasado.
Llorar no soluciona nada, aunque sean lágrimas de alegría, así que no lo hagas, es un momento para que te rías, de mí y conmigo, ambas, como ya hiciste y como ya harás.
Esto, como tantas otras cosas en los pocos años que tengo recorridos, te lo debo en gran parte a vos.
Hay miles de cosas que tengo para decirte, pero es mejor esperar. Arrancamos cuando vuelva y te salude. Con vos no hay adiós.
Hola.

31 de enero de 2014

marginados

-No creí que nadie me notara- confiesa en un balbuceo de ojos apagados y cuerpo relajado. El porro le había pegado, era la primera vez que fumaba y se encontraba volando en un viaje mucho más anclado de lo que había imaginado: la psicodelia se quedó en los `70.
Sentada en un rincón del sillón observaba a todo y a todos con una calma disfrazada, la máscara se le había caído pero alguna fortaleza todavía cuidaba la ciudadela. –Quedate tranquila piba, acá nadie te va a hacer nada- le dice un compañero que solamente vemos en los recreos, a las clases nunca asiste, está demasiado ocupado afanándole guita de la billetera a la vieja o curtiéndose a la profesora de ética en el baño del tercer piso.
Hace 3 años ya que curso y me sigo sorprendiendo al descubrir gente a mi alrededor, no conozco a la mayoría ni me interesa ganarme el premio al chico sociable del año, pero a veces, por momentos, me intriga la vida de esos fantasmas sin nombre que se sientan a los costados y cada tanto levantan la mano para hacer alguna acotación seudo-inteligente con la que llaman mi atención, aunque sea por un segundo.
-Cómo se llama esta canción? Me encanta y nunca puedo averiguar ni quien la canta- pregunta, apurada pero en pleno disfrute, es virgen a la hora de fluir. Los incultos van respondiendo, uno a uno, que no saben, que no la escucharon nunca, que es una mierda de los 80`s o alguna de esas décadas previas a nuestro nacimiento, como si todo lo anterior a la caída de los soviéticos, el auge de nirvana y el comienzo del fin del siglo XX fue lo mismo, un rejunte de polvo de estrellas apagadas. -Es héroes, de Bowie-, afirmo sin mirarla mientras completo el vaso con vodka –no es algo que vas a escuchar en lugares muy populares, el presente es ignorante-. Me recorre con belleza y visualiza mi cuerpo con mirada de miel. Escucha la letra, embobada por la poesía de ese artista andrógeno del cual ha escuchado hablar en conversaciones lejanas y especiales de MTV cuando el canal de música era lo que fue:
“Aunque nada les ahuyentará
Podemos ser héroes, sólo por un día
Podemos ser nosotros mismos, sólo por un día”
La traducción la hace sin problemas, la droga no le nubla la educación bilingüe que sus padres pagaron para que tenga desde chiquita, aprendió a contar en ingles antes que en castellano, el idioma del primer mundo es el que vale en nuestros círculos, y no esa rama impía del español característica de una raza inferior de la que tanto intentamos despegarnos.
Mueve la cabeza de un lado para el otro, despacio, sintiendo los acordes con los ojos bien cerrados, como si quisiera contener dentro de los parpados todos los sentimientos empáticos que el ser notada hace que floten.
Se para e intenta acercarse, envalentonada y desinhibida por el brillo de las luces que el humo levanta, no se da cuenta que nuestros mundos son de sistemas distintos, aunque convergen en el lugar donde supuestamente pagamos para que nos eduquen, comprando un ticket para un futuro mejor. Los amigos escasean y las poses sobran, la vida es una pasarela en la que los distintos ven a los elegidos desfilar.
-Mirá boludo, la callada te quiere dar- vocifera un mediocre hijo de, que se cree que la extensión black de la tarjeta que tiene en la billetera lo habilita a llevarse el mundo por delante. –Dejala que va a intentar hablar Marito, capaz no quiere levantar sino figurar- le responde con mirada de goce una aspirante a actriz que se saca todos 10 y que aparenta vivir en perfecta armonía, casi todos desconocen los gramos de cocaína que necesita para relajarse y que la acompañan a todos lados. Yo los dejo hablar, me divierte el zoo del bloque social. –No seas mala Andreita, y andá a limpiarte la nariz que te veo desde acá el resto- le digo mientras me termino le vaso y mastico el hielo del fondo, enfriando la lengua y el cuerpo, para que no jodan, que no se confundan.
Arrepentida por la demostración se sienta en un banquito alto, las piernas le cuelgan un par de centímetros por el piso y flaquean, está tan ciega que no puede ver ni quién es. Sonrío, con la indiferencia atractiva de alguien que está en otra sintonía, y me presento –Soy Juan, aunque mi nombre no importa, y dudo que te lo vayas a acordar, estás muy verde todavía-. Los ojos azules se posan en mi boca, intenta escucharme y leerme para comprender totalmente lo que digo y evitar las ganas de besarme que le dieron desde el momento en que emití sonido. –Ya se quien sos, aunque dudo que sepas quien soy yo- dice cuando me da la mano, en un apretón formal que los espectadores observan de costado.
Asiento, divertido y elevado, y me tiro para atrás, apoyándome en la mesada, cortando el impulso que la seguía desde esa mañana, cuando decidió dejar de ser una espía, cansada de no figurar y ser invisible para los que cuentan.
Se la nota mareada, no lo suficiente para disparar ninguna alarma pero no sabe disimular. –es la primera vez que vengo a una de estas fiestas- confiesa marginada. Me río de su suerte –ya sé, me di cuenta-. –Relajate y no intentes tanto, no pretendas, no te agaches, con poco sobrevivís, la mayoría está más vacío de lo que muestra- le digo a modo de consejo, es más de lo que me dijeron a mí en los momentos de soledad, el altruismo no es algo de nuestra generación, está pasado de moda, en vez de rescatarte te ahogan. –tantas ganas de estar tenías? felicitaciones- cito con aire solemne mientras brindo al aire y me marcho. 
Bienvenida a la pared de las flores empotradas y mariposas disecadas.
 Esto es lo que somos.

13 de enero de 2014

miro sin mirar

Nos subimos después de horas de discusión, de tira y afloje, de debates por momentos subidos de tonos en los que te explico mi necesidad y vos te defendés con tu incomprensión.
-No entiendo que te pasa, hablame- me suplicabas hace un rato, cuando solo te respondía con los ojos. No puede ser que todavía no me leas. Estás demasiado tapada para darte cuenta que ni yo sé en qué piso estoy parado. Las noches se hacen largas y los días no son los de antes, las presiones pueden más de lo que los libros te advierten.
Me agarraste de la mano e intentaste besarme a medida que tu rodilla subía por mis piernas, segura de que tu arte podía hacerme cambiar de opinión y quedarme a pasar la noche. –Ahora no- solté con una indiferencia que te heló la sangre. Pocas veces me has visto así, desencajado, mentalmente perturbado al límite de borrar toda la confianza con la que he construido mi cuerpo. –Me voy, venís o no?-. Asintiendo en silencio y con una timidez desconocida, agarraste tu cartera y caminaste detrás mío, siguiendo mis pasos hasta la parada y apagando todas las luces, que para mí hace rato que no brillaban: acostumbré la mirada a la oscuridad desde chico.
-Hasta dónde vas pibe?- me pregunta un chofer que descansa sus 100 kilos sobre el vencido asiento de plástico corroído por el tiempo. Lo miro pasar su mondadientes de lado a lado, le faltan 2 incisivos y sonrío: ni el sindicato ni los sueldos altos garantizan tener la boca completa. -Voy a saberlo cuando llegue- le respondo sin ninguna intención de hacerme el místico. Ante la mirada molesta del conductor apoyo la tarjeta sobre el lector, -2 hasta que termine el recorrido-.
Volteo hacia la ventana esquivando tu atención, un hombre extraordinario no se puede dar el lujo de temblar. Miro sin mirar, afuera todo es ayer. Me sostenés la mirada, fija, haciendo una radiografía para descifrar que quiere decir cada gesto, cada instante. –Aparecés y desaparecés, no puedo entrar si no me decís donde está la puerta- escucho que sale de tu boca, -Dejame ayudarte-.
Me meto en el desorden, en el caos. No veo con claridad, no soy parcial. Estoy acostumbrado a pelear en batallas donde no puedo ganar y en las que termino llegando, golpeado pero entero. No necesito ser amado para sentirme mejor.
-No quiero ser simple- te digo, por primera vez en la noche pronuncio algo sincero y acusás el golpe, sabés que te incluyo a vos entre la sinceridad que pedías. -Ni aunque lo intentaras podrías ser simple vos- me retrucás entre el reproche y el enamoramiento.
Hay problemas que no tienen solución. Nos vacían y ni nos damos cuenta.
Todo lo que vi se desintegra, los recuerdos flotan y se mezclan, bailan entre ellos.
-Yo sé que me querés- afirmás intentando sonar más convencida de lo que en realidad estás. Te faltan muchas heridas para entender; la ilusión es un veneno, no te conviene tomar de más. No paro precauciones, no salgo, no entro, tranquila, sonrío mientras me cuestiono mi lugar y tiempo.
Me voy de lugares en los que nunca he estado, soy un turista en mi propia casa más veces de lo que te imaginás. Esta es la vida que elijo, que me tocó. –Ya  sé que me querés- te respondo con una sonrisa lejana, un signo de que el sentimiento está ahí, dormido pero vivo.
-No me voy a ir a ningún lado, estoy acá- pronunciás a medida que me acaricias el cintura, sin expectativas, para hacerme sentir compañía. No insistís con el cariño, no tirás más de la cuerda, sabés que se puede cortar.
Asiento con naturalidad, no hace falta que aclare cuan precario es mi juego.
Estoy cansado de fijar expectativas imposibles, quiero cruzar y ser aplaudido, quiero penetrar mil vidas. ¿Dónde van los deseos cuando más los necesito? ¿Cuáles son los instintos básicos que excitan hasta el día que queda por vivir?
–Querés que nos bajemos?- silencio -En dónde estás?-

Te acaricio con los dedos el brazo, para que sepas que estoy, que no me fui. –Cuando sepa te aviso-.