25 de diciembre de 2011

tiempos de guerra

A lo largo de la historia, las sociedades han cambiado, la cultura se ha profundizado, dioses cayeron y modelos se alzaron, quedando demostrado lo variable de los individuos en conjunto y el mundo que los rodea.
Siempre hubo enfrentamientos, batallas que librar, guerras en las que participar. Desde las disputas entre los pueblos cazadores en tiempos inmemoriales y previos al mismo Cristo, hasta la ambición de petróleo por parte de una potencia norteamericana, las razones para llevar a cabo una lucha parecen nunca agotarse. Y realmente creo que esto es una característica de nuestra especie, algo que llevamos impreso en la memoria de la raza y con lo que cargamos, sin importar el momento en el que estemos, o la evolución que se pueda afirmar que, como hombres, generamos.
Son innumerables las batallas por las que el mundo ha pasado y los motivos que las han generado, desde guerras a nivel global (Primera Guerra Mundial 1914-1919 y Segunda Guerra Mundial 1939-1945) realizadas por orgullos nacionalistas o sentimientos antisemitas, hasta enfrentamientos entre países hermanos, limítrofes o mismo guerras civiles en las que compatriotas luchan entre sí.
Las bibliotecas se han llenado con libros de historia cuyo fin es dejar impreso lo sucedido para que no se vuelva a repetirse lo pasado, aprender de los errores que como hombres hemos cometido, pero la violencia sigue latente y siempre encuentra un lugar por donde ingresar.
“La guerra siempre es el transporte, hasta para pedir paz” narraba el sociólogo y experto en la materia, Juan Martín Lopez, frase que sintetiza lo expuesto previamente, y nutre al pensamiento que deseo plasmar.
Los enfrentamientos bélicos son un estado completamente abominable, un genocidio sin sentido pero permitido, al que el hombre parece siempre verse atraído, sin importar la causa o la consecuencia.
Las sociedades transitan, los tiempos cambian pero la guerra permanece, expectante, esperando que dos partes se peleen y pueda comenzar el festival de balas.

20 de noviembre de 2011

escritor de grises

Siempre padecí el exceso de sentimiento.
Desde pequeño recorrí mi camino portando un inoxidable corazón que ha absorbido hasta el veneno del entorno, siempre involucrándose demasiado.
Frágil y melancólico, sentía y siento en exceso, y por esto comencé la ruta hacia la catarsis verbal.
Durante mi adolescencia, cuando el dolor no se desvanecía y el alma pesaba, escapaba a la cordillera, donde ante tanto arte natural, mi tristeza se relajaba y afloraba la expresión.
La pluma fue la confidente que supo transmitir con su azulada tinta todo lo que mi verborrágico centro soportaba.
Los años pasaron y me transformé en un poeta maldito, atado a la gris exteriorización de mi pesar.
Abandoné Chile hace tiempo ya, pero la pluma no se detuvo. Llenó con mi palabra cientos de hojas blancas, calmando la pena con cada frase redactada y pensando, momento a momento, en la brisa de la cordillera, donde lo puro y la desdicha se juntan, inspirando a este simple escritor de nostalgias, con paz.

9 de noviembre de 2011

nada es suficiente

La sociedad quiere más, siempre quiere más. Nunca se conforma, nada es suficiente y lo manifiestan en todos los ámbitos posibles. Hay un mórbido sentimiento carente de límites que impregna la vida misma a la que nos hemos acostumbrado, velocidades meteóricas, presiones monumentales y una frialdad abrumadora. La televisión no está exenta de estas reglas, juega con ellas, se galardona cuando gana y se patea a los perdedores sin darles tiempo siquiera de levantarse del golpe que los tumbó.
Ya no se trata de la calidad del espectáculo, de los valores que enseña, de las moralejas, las grandes actuaciones o el desarrollo artístico. Los elogios se reservan para aquellos que, con suficiente viveza, se amolden a este medio caníbal y saquen de la galera un producto vendible, consumible por el inconsciente colectivo que maneja el control remoto.
Muchos minimizan el vértigo con el que se vive la televisión, argumentan que la sociedad cambió y que hay que darle lo que esta quiere y demanda, pero ¿No son los medios responsables de lo que la gente consume? ¿No son aquellos personajes que aparecen maquillados, esbeltos y bien vestidos los ejemplos a los que las masas siguen?
El medio sirve la mesa, coloca la vajilla, prepara los platos y la sociedad se sienta a comer. Obviamente, ésta es la que elige que vino va a beber y con que va a degustar su paladar mediático, pero dudo que alguien sea tan nublado de poder afirmar con seguridad que el jefe de la cocina no le hace recomendaciones y no coloca más cerca de su lugar la preparación que más desea ver consumir.
No importa que barra hay que trasgredir, que valores deben ser pisados. Los puntos que miden la audiencia gobiernan la T.V y así se organiza, y solo teniendo en cuenta esto nos ofrece su menú.
Las consecuencias no importan, las advertencias molestan y el que no se adapta sufre la indiferencia que genera una pantalla negra.
Marco Denevi supo hacer una reflexión del mundo del espectáculo y lo representó con su maravilloso cuento “El público siempre pide más”, espero que las cosas cambien a tiempo y más de uno se salve de terminar cargando un muerto en su brillosa y medible espalda.

4 de noviembre de 2011

rebote

En una balada de frustración me envuelvo en las sabanas que mantienen tu olor.; esta cama es la única parte que contiene tu color y esencia.
Las palabras se ahogan en una sudestada verbal, ahí cuando de un ruido bruto se disfraza la comunicación.
Abrazo la almohada que reparte tu shampoo al cuarto, generando una fiesta de recuerdo.
Sos el cumpleaños que nunca llega, el paso de fe que le falta a esta sociedad pos-moderna, esas promesas de cenizas, consumidas por el fuego y afligidas por un cuerpo que deja un alma golpeada y asmática.
Me desplomo sobre el colchón contemplando el techo, hundiéndome en la inercia del sentimiento.
Las mantas me rodean y acobijan, brindando un poco de cariño a este individuo padeciente.
Los párpados se besan en un eterno segundo y cuando se separan aparecés en mi techo, bailando como en una película silenciosa pero colorida, regalándome toda tu energía a medida que danzas al ritmo de alguna sonrisa.
Es imposible no quererte, sos el desvío de todos los caminos, la estación de todo destino, el final de la sed.
Me paro sobre la cama, erguido en voluntad y te analizo, deseando tu caricia.
Comienzo a saltar en el confortable firmamento sobre el que me suelo acostar, y siento la ley del rebote dominada por una suerte de cámara lenta, a medida que mi carne se sacude en un subibaja austero, que no me da suficiente impulso para alcanzar tu mano.
Nada es suficiente, las piernas no andan más y los saltos cesan, cuando lentamente te empezás a borrar, desdibujando tu marca en una pintura blanca y vacía.
Esta noche sigo atrás, mi mano no alcanza la tuya y el tiempo se niega a vivir.
¿No ves que te espero? ¿No notas la falta?
Lo claro se oscurece en este viaje virginal, lo ingenuo se corrompe a medida que te dormís en el reloj, dejándome pasar, negándote inconsciente a este dulce juego.

31 de octubre de 2011

sobrevolamos

La duda cancela tu inhibición mientras revive la brisa que tu aliento genera al explorar la dulzura de mis labios.
Notas del pasado emergen en el ambiente, una caravana de sonrisas te hacen pensar y el vértigo ruge en el aire.
Nuestros ojos se encuentran y veo adentro, ahí donde el futuro es incierto y se eclipsa la razón.
Saboreo la locura que gime tu boca y canto la canción del nexo, festejos de color.
Nadamos en la pulsión, empapándonos en secretos deseos y sentimientos plásticos.
La grandeza me envuelve, el ego mama la reacción y sonríe ante la obediencia de la raza.
Sobrevolamos en este juego animal que todo lo puede. Turbulencias mecánicas hacen que llames a Dios, cabeza de un dogma que desaprueba el acto.
El fuego sube el calor y hasta los dientes transpiran. Se quema mi cuerpo con tu toque y disparamos al unísono caricias sinfónicas.
Tranquila, no dejaré que el reloj se apague, tengo tiempo hasta el fin de lo posible. Mantendré la quietud aprisionada hasta que jadees de sed y dejen de arañar tus uñas.
No entran preocupaciones ni problemas, hipnotizada remodelamos tu interior con todas las flores que nacen del ideal.
El alma es un lugar solitario para habitar, tomaré tu mano cuando el éxtasis llegue y quieras dormir.
Una ecografía sensorial revela lo oculto, le escapás a la palabra pero el corazón devela lo divergente que te compone, esos temores que intentás no creer.
Este momento parece irreal, soñamos despiertos el erotismo corporal que junta la piel.
Tu cuerpo a contraluz me droga, comienzo a girar y las paredes se quiebran, un temblor anuncia el pasaje, embriagándome con tu sol.
Espasmos de verbos prohibidos cortan el espacio y oigo tus coros acompañándome en el aire.
Una última resistencia cae y saltamos juntos en libertad, soltándonos a merced del aire.

29 de septiembre de 2011

Reversiones: el corazón delator

Estoy cansado. Este cuerpo, rancio y marchito, emana un grisáceo aura que me envuelve, llenándome de edad. El sueño migró a alguna parte inhóspita, y el ansia me carcome en la espera.
Edgardo desconoce cuánto sé, cuánto imagino y hasta cuánto veo. No me soporta, y a pesar de sus muecas rotas y modos pedagógicos, el odio que oculta la sombra de sus ojos es lo suficientemente fuerte como para ser notado.
Hace tiempo que quiere matarme, he escuchado sus sueños, cuando en trance murmura sus confidencias asesinas. Su comportamiento cambió, el lenguaje de su cuerpo revela las intenciones que con la palabra desea ocultar, y yo estoy demasiado viejo como para pelear. Transito esa etapa de la vida en la que los años se llevan las defensas y un resfrío afecta hasta los cimientos de un cuerpo, que se cansa con cada calendario más y más.
Finalmente Edgardo parece que ha tomado el coraje necesario para silenciar mi corazón. Las últimas 7 noches ha estado en mi habitación, sigiloso como la rata que es.
Hoy me levanté raro, diferente e inquieto; siento como si un oscuro manto me rodease: la muerte se hace presente y contempla, tranquila, para llevarse mi alma.
¿A dónde iré, una vez terminado el rito mortal? ¿En qué escenario descansará mi espíritu?
Nunca me caractericé por ser demasiado creyente ni devoto a ninguna religión, pero en los momentos previos al adiós, busco desesperadamente una señal de ese Dios silencioso que decidirá mi destino.
El día se esfuma y arriba el ocaso de mi vida. Lo sigue una noche fría, y me cubro con mis amarronados acolchados, calentando el valor para soportar lo que vendrá.
A las doce suenan las campanas de la lejana catedral, marcando un fin y un comienzo.
Escucho como se abre la puerta y el miedo se apodera de mí. La oscuridad es absoluta y no distingo ni mi mano entre tanta espesura. De mi esencia emerge la pelea (no me voy a ir sin, aunque sea, intentar asustarlo) y pregunto quién está ahí, procurando usar un tono que imponga algún tipo de respeto. El tiempo se duerme, las agujas dejan de girar y los minutos se convierten en horas. No soporto la falsa calma antes de la tormenta, me crispa los nervios.
De repente un movimiento veloz, pasos sonoros y un golpe seco en la cabeza. Intento gritar, pero se ahoga la intención cuando me tira al suelo y apoya sobre mi carne el pesado colchón. La presión que los brazos de Edgardo ejercen cortan el aire, y rápidamente florece una sensación de ensueño.
El inmaculado silencio solo es cortado por el sonido de su corazón que, repleto de alegría, bombea litros de júbilo, gritando la victoria con cada latido.
Me siento tan laxo que el movimiento se apaga, dejo de resistirme y abrazo la paz. La muerte me da su fría mano y la tomo. Me voy despacio pero tranquilo, escuchando el corazón delator de Edgardo, ser feliz.

27 de septiembre de 2011

meridiano elemental

Se despereza al compás de una canción ochentosa que brota de la radio, moviendo la agitada cabeza al ritmo de la sinfonía que la mantuvo ayer, toda la noche arriba, uniendo su cuerpo con el de ese extraño de sonrisa encantadora.
Deja el transitado colchón y arriba al baño, que con su pálida luz de consultorio (esa luminiscencia que generan los voltios de bajo consumo) perturba los ojos que, ofendidos, se entrecierran aún más.
Se para frente al espejo y observa su reflejo.
Sin su disfraz vuelve a ser ella, a sentirse una. Los kilos de maquillaje, las pestañas, el escote pronunciado y los tacos la aguardan al caer la luna, pero bajo el sol ella no corre peligros, es libre y pura.
Lo único que corta el silencio del baño son las gotas.
Gotas ruidosas que explotan al resbalar de la canilla mal cerrada del lavatorio.
PAM-PAM-PAM
Estruendos florecen al encontrarse lo líquido con lo solido; la unión de lo opuesto siempre es complicada.
Molesta terminar de abrir el grifo y un fuerte chorro de océano irrumpe en el mármol.
Empapa su cara, que se enrojece por las temperaturas glaciales del elemento y una sonrisa se dibuja en su al recordar a Roberto, su compañero de anoche.
Cuarentón bien conservado, la había encarado en un bar, y luego de un breve coqueteo negociador terminaron envueltos en sábanas de piel humana y respiraciones agitadas.
Movimientos acertados, flexible y atento, Roberto la había hecho pasar un buen momento.
Se seca la cara rápidamente y deja el ambiente, decidida a ponerse su ropa diurna.
Se contentaba con tan solo abrir su placard, el de Romina y no el de Tania.
A estos mundos los separaba un meridiano.
Pintada de normal, Romina encaraba las calles sonriente, las tardes eran suyas y el mundo la recibía ufano.
Hija de un sol calmante y una luna prostituta, romina convivía con el agua y el aceite a diario, separando las vidas, pero nadando en ambos ríos.
Disfrutaba la mortalidad del día como si no hubiese un mañana.
Con el ocaso se ensombrecían los cielos y las calles de teñían con gamas indecentes.
Los rostros ocultos aparecían enfocados bajo luces de neón que pintaban las calles con tonos pop.
Su perfume contrasta con el aroma a instinto que flota en el aire, ambientando en todos los sentidos las intenciones de murciélagos en traje.
Autos brillosos, señoritas con poca ropa, música sexual, polvos hechiceros, pastillas instantáneas y carcajadas desencajadas.
A Tania le gusta todo lo llamativo del espacio, la atrae.
Se mueve como una de ellos, con su ceñido algodón que le delinea las curvas, agitada por las formas de todas las flores exóticas que surgen en la oscuridad.
Desconocidos en esencia pero íntimos en uniformes, desesperan por turbar la profundidad.
Romina entra en su refugio repleta de demasiado.
Su carne no tiene su olor, la pintura con la que se transforma las facciones la incomodan ahora que la noche acabo y las estrellas se apagaron.
Demasiado cansada, demasiado perpetua, demasiado satisfecha.
Romina encuentra su hangar y se relaja, distendida en ese hogar solitario pero entero en el que dirige su obra vital.
Se desviste y se acuesta, olvidando para recordar.
Amante del agua, visualiza los lagos en los que se baña de día, y las tormentas que la empapan de noche.
Romina vive su vida como quiere y como puede, nadando en los extremos de la vida.

5 de septiembre de 2011

cronica reversion de cuento infantil

El pasado martes, a las 10 de la mañana, Cecilia Fernández emprendió el camino a través del Bosque de las Promesas, en la localidad de Quimeras, Río Negro, para socorrer a su abuela que padecía una enfermedad. Pero en la casa se encontró con un hombre disfrazado de lobo que la retuvo por 3 días. La pequeña logró escapar, pero el “lobo” se mantiene prófugo.
Cecilia Fernández (bautizada Caperucita Roja por los medios sureños –que siempre viste camperas coloradas, de ahí su apodo-), de 14 años de edad, había dejado su domicilio a las 10 de la mañana del pasado martes para ir en ayuda de su enferma abuela, Jacinta Regnier, de 78 años, quien vive en el ya mencionado bosque.
Los peritajes informan que la niña arribó a la vivienda pasadas las 11 a.m, y en lugar de encontrarse a la anciana se topó con un hombre vestido con un camisón y una máscara lobina.
Éste la aprisionó y la mantuvo atada durante 96 horas, sometiéndola a todo tipo de torturas.
El comisario Germán Pitufo declaró: “durante los 4 días que duró el secuestro la menor padeció golpes, quemaduras y todo tipo de maltratos psicológicos (...) el perverso la amenazó reiteradas veces con comérsela; de hecho Cecilia porta marcas de mordiscos en brazos y piernas”.
Tras un descuido del delincuente, la niña, afortunadamente, logró escapar.
Fue encontrada en grave estado ayer a las 2 p.m por un habitante de Quimeras.
Fuentes policiales confirman que la menor está internada en el hospital local, para determinar si además fue abusada sexualmente.
El “lobo” logró burlar los rastrillajes policiales que se efectuaron en el bosque y se mantiene desaparecido.
Se ruega precaución y cautela a los habitantes de Quimeras, y favor de avisar a las autoridades locales ante cualquier sospecha.

25 de agosto de 2011

juego roto

El cielo estaba cubierto por ese matiz gélido que el invierno pinta en el horizonte.
El frio había silenciado hasta las gargantas de los pájaros que, mudos y escarchados hasta el alma, se ocultaban en huecas cortezas y nidos improvisados.
La casa tenía todas las ventanas cerradas y cubiertas con gruesas cortinas para aislar el hielo, la luna y el sonido.
La noche era absoluta y no quedaba casi luz en los pasillos; los ocupantes se preparaban para soñar, acostando a los pequeños y abrazando, lentamente, el reposo.
El silencio, sin embargo, se cortaba, punzante, por las ruidos de Celestina, que insomne y malcriada correteaba por la oscuridad, envolviéndose en carcajadas resonantes que impregnaban los rincones con pecado.
Pasos sonoros, movimientos de muebles.
La mucama, molesta con la interrupción y reverberando ofensa revolvía hasta las paredes, pero Celestina escapaba; parecía volar.
Con la paciencia violada elevaba la palabra, comandando la búsqueda para callar la insolencia.
Celestina reía, disfrutando la situación y burlando a la guardiana que venía con cadenas para aprisionar su independencia.
Desbordada en confianza comenzó a acercarse más, bajando el camuflaje que la hacía invisible ante la criada.
La búsqueda continuaba y la sirvienta se impacientaba, nerviosa ante un posible reto de los patrones.
De repente sus caminos se cruzan, los ojos se focalizan y vislumbran sus siluetas entre tanta espesura que emana el ambiente cerrado.
Celestina advierte la locura en la mirada de la mucama e intenta huir, pero la carcelaria con un ágil movimiento alcanza su pelo que, al sentir el tirón dispara en alaridos que impactan la calma de la criada y, asustada, suelta la cabeza de la niña.
La fuerza del impulso despide a Celestina, que no se controla y termina quebrando la ventana con un golpe helado.
Los cabellos se tiñen de rojo, la visión se nubla y se atonta la razón.
Su cuerpito, inerte, cae contra el alfombrado suelo que se abre ante la caída de su inquilina, dándole una dosis de vacío.
Celestina entra en un trance de confort.
Ya no hay sombras sino fuertes luces, árboles y aire fresco.
No se escuchan gritos ni retos.
Condenada por su torpeza, Celestina se relaja y, ahora sí, disfruta la belleza de la libertad, riendo, saltando y jugando, sin reglas que obedecer ni horarios que respetar.

12 de agosto de 2011

el principio

Desde pequeño me envolví en papel.
El aprendizaje comenzó en casa, fomentado por una madre que leía en voz alta historias fantásticas con realidades paralelas y escenarios europeos.
Comencé a manejar la tinta antes de empezar el colegio, motivado por todas las palabras que aquellos libros contenían en sus cargadas hojas.
Mi independencia como lector se generó con sagas famosas y cuentos cortos, y al poco tiempo la imaginación generaba relatos propios, que con los años fueron estilizándose, virando hacia marcos maduros que acompañaban el crecimiento personal.
La adolescencia me nutrió con autores reconocidos, cambiando no solo de tipo, sino de ámbito y tema, a veces por gusto y otras por aburrimiento.
Los libros me acompañaron a lo largo del corto camino que he transitado, en los mejores y peores momentos dibujaron burbujas en las que me introducía para disfrutar.
Ocasionalmente escribo, cuando la inspiración y las ganas convergen.
Textos breves y descripciones elementales forman mi zona de confort, de la cual rara vez salgo.
Disfruto leer y me alivia escribir.
Una buena combinación que cultiva el pensamiento.

30 de julio de 2011

sumergirse

Estuve esperando una sensación así, sentado en la cúspide de la ola sensorial, aprendiendo de la calma que nutre estos tiempos templados.
Los sentidos se agudizan, el alma se abriga y yo corro en picada, a un lugar donde la inhibición es ciega y el placer comanda.
Dame buenos momentos, quiero hacer música en tu origen y danzar con tu entraña, satisfaciendo cualquier fantasía caníbal que despierte tu carne.
Después de tanto sigo enredándome en tus cables, el unísono no se ahoga en lo inmoral mientras bebo el jugo plateado.
Tu vientre se tensa de tanta inquietud a medida que revuelvo la creación.
Siento la electricidad fluir en las venas, subiendo el voltaje de la tempestad que en este estado resignado se desata cuando se quiebra la paciencia.
Arboles crecen a nuestro alrededor; las raíces son profundas pero no así el sentimiento.
No quiero lastimarme con otra caída, el hábito resguarda la razón.
El vapor del hambre empaña los dientes, metalizando el sabor.
Abrís la escotilla sin gravedad, ningún Dios está mirando.
Del roce sale estática, estoy cargado de truenos que llenan de violines el sentido; violines que suavizan el dolor y arreglan el desorden.
Los ojos enrojecen, tus piernas se desenfocan con el óleo.
Se terminó nuestra primavera, la noche oscureció las sombras y trajo la distancia que nos unía en el ocaso.
Estoy listo para partir.
Hundamos el silencio, humedeciendo las palabras con la espuma de la mudez.
Cierro los ojos y te veo, adentro mío, seduciendo la lluvia y acariciando las gotas.
Se ilumina el sol, abriendo un nuevo alba tras la agotada luna.
Las pupilas se dilatan y los brazos se contraen.
Me sumerjo en el rio de satisfacción que me recibe como a un viejo amor.
Navego por las aguas del adiós, dejándome llevar por la marea abandonando la corriente del pasado y focalizando la mirada en los faros de la lejana costa, donde descansaré de tu ayer, ya sin tormenta que temer.

31 de mayo de 2011

placebo

La necesidad casi elemental de analizarte me genera un impass, esa parálisis verbal que complica la expresión del rito.
No es aconsejable hablar de más, los silencios en nuestras conversaciones florecen en una huerta sentimental que cultivas semana a semana, regando tu esperanza.
Te sentás y de un momento a otro se abre tu boca, emergiendo un coro de fantasmas que intentan transmitir con alguna claridad pesares oscuros.
Yo te escucho, fascinado por tu forma, tu procesión, tu elemento.
Con trato monárquico te contesto, observando como un niño enamorado la proxemia en la que te desenvolvés en mi espacio, leyendo cualquier mensaje oculto posible, o intentando encontrarlo dentro, donde tu lexicón se ordena y se ilumina la belleza de la esencia.
Asiento comprensivo, respondo con un simulacro de sabiduría y llevo los dedos a la cara, adoptando un gesto pensativo y adusto, impregnando mi rostro de un tono que varía entre la incomprensión y la completa empatía.
Actúo, juego el rol que me toca con una perfección clínica mientras intentas limpiar el alma con palabras.
El verbo es como el agua, lava la tristeza desembocándola en algún rio lejano en el que todos hemos nadado.
Tus labios no descansan, se mueven motivados por la fiebre mental que azota tu semana que exige curarse, sin importar la medicina.
Se te reseca la garganta, la oigo repleta de la arena que genera la expresión y te ofrezco algo para tomar, adelantándome a cualquier pedido.
Aceptas un café con una sonrisa pícara y me miras por sobre la taza con los ojos fijos, desnudando mi intención y, probablemente, también mi cuerpo.
La tentación es inmensa pero el reloj me despierta de todo pensamiento inmoral, cortando la simbiosis y borrando de tu mirada la intención.
Me aclaro la voz y prosigo con más preguntas que te hacen pensar, hallando respuestas escondidas en el inconciente y que te sorprenden a vos misma. Me lamento por dentro pero contento al ver tu aura más liviana, inyectada de alivio al descomprimir tu mochila.
Soy tu placebo, el parche que ponés en cada herida por una hora y después nos repartimos, unidos por algo efímeramente protocolar que a la vez es un cofre de secretos y pensamientos presos.
Recorremos lo profano, y volvemos a la carretera de la vida, mirando siempre, hacia adelante.

8 de mayo de 2011

polvo porcelana

Decenas de horas volaron y sin embargo todavía siento tu olor en el espacio; rastro de la pereza de encontrarte.
Tu sombra todavía cuelga, ahí enfrente, dibujando tu línea con una naturalidad fascinante, silenciando toda desilusión.
Me apoyo en la fría pared, adentrándome en la espera de tu regreso a casa, embelleciendo el tiempo con paciencia, una calma sonrisa mientras muevo la cabeza al ritmo de una lejana melodía de cerati que tanto solías escuchar.
La luz penetra una de las ventanas al sur del cuarto, inundando el ambiente de una viajera vitalidad, surcando la oscuridad con una fanática fe.
Mi mano derecha acaricia los frutos del tiempo sobre mi rostro, al peinar desprolijamente una barba de un par de días que se deja rascar, satisfecha por la prolongada vida que mi indiferencia le ha permitido desarrollar.
Los minutos se suicidan y el laxo gobierno mental comienza a sufrir titubeos.
Atento a cualquier cambio, focaliza mi atención al silencio, siguiendo con ojos inquisidores cualquier signo de un movimiento que despierte sonido.
Las agujas continúan en la eterna carrera yendo demasiado lento para ganar y demasiado rápido para perder, presas de una pista carente de freno como el que les impone el inevitable y caprichoso paso del tiempo.
Nervios, boca seca y un dejo de paranoia encierran el desorden.
A lo lejos las gotas de una canilla mal cerrada, seguidas de una tímida conversación entre aves.
Desvío la mirada a través del cristal que encuadra la ventana, televisando el exterior.
No hay nada bajo el sol, solo un escenario vacío y actores frustrados que ya no saben que rol interpretar.
Las avergonzadas uñas rascan la pared, trazando huellas en el blanco que lentamente va ensuciándose con un gris devoto.
Camino por el cuarto, alternando velocidades y niveles mientras reveo el lugar hacia donde dirigimos el presente, y, tal vez, un futuro.
Hace semanas que no te hayo, la conversación se escapó a algúna zona introvertida, y ni en los sueños coincidimos, momentos en los que viajo a rincones lejanos, recorriendo lugares solitarios y desconocidos en los que la noche se siente, y tu presencia me falta.
Me pongo el traje de ilusión y sigo aguardando, comprendiendo lo que aguarda la pureza del amar.
Un delirio físico se lleva a cabo bajo la piel, producto del cansancio blanco del amor y del insomnio que me afecta desde tu ida, escapando del lugar al que llamamos hogar convirtiéndote en una prófuga enamorada, huyendo de un crimen al sentimiento.
Una noche oscura procede al pálido día; te robaste la luna también dejándome un universo apagado, con planetas dormidos y polvos porcelana.
Hoy me aseguro, sosteniendo la clave para abrir los candados que atan estas esposas y poder liberar, finalmente los ecos que grite y no supiste escuchar.

24 de abril de 2011

éter social

Estoy subiendo.
El camino finalmente viró en la curva requerida y tan anhelada, depositando mi esencia mientras subo a cuestas esta colina social, dando cada paso sin duda ya, pero completamente agotado.
La boca seca, el océano de transpiración que me recubre y los notorios golpes brindan una imagen de un cuerpo sufrido por la órbita plantearía que lo ha rodeado.
¿Alguien me ve? ¿Alguno contempla como escalo en la masa, rompiendo los claustros y abrazando la elite?
Ha sido un sendero largo, pesado y hostigador; en el olvido quedaron los valores y la moral de la que Durkheim tanto intento advertirme.
En mi cuello péndula un pesado collar, decorado con cada una de las promesas a mí mismo que quebré para alcanzar la crema. Mi amarronado pelo ahora porta solitarias canas, que lentamente se van organizando y preparan un ataque demográfico; planean claramente un ataque.
Recuerdo lo sucedido, los apretones de manos mentirosos, las palabras vacías y las demagogas etiquetas .Debería haberlo sabido, el razonamiento desaparece tras la cortina de humo de la ambición, de la fuerza.
Mucho tiempo atrás te veía, envuelta de sol y acariciándome con tu mirada, emergiendo una simpleza que convergía en sí.
Somos individuos que no terminan de ser, piezas sueltas maleables, delineadas por la evolución y víctimas de estos bárbaros que dominan el cosmos, y a los que tanto envidiamos.
La montaña va llegando a su fin. Ya veo la cima, está tan cerca que la huelo.
“Tarda en llegar y hay recompensa” dibujaba en el oído colectivo un poeta disfrazado de rockero, y tarareo esa frase de manera casi autista mientras doy las últimas pisadas, silenciando esa melancolía camuflada en el optimismo.
Después de tanto, aterrizo.
Caen mis pies en el tope, saboreando lo alto.
Surge ante mis ojos el resto, lo normal, lo supuestamente conquistado.
Tras un breve momento de complejo napoleónico, visualizo la ciudadela, el escenario de vida que compacta este sentimiento híbrido. La examino y me rio, disfrutando la ironía.
Repleto de sociedad y respirando ego, me acerco al borde del vértice y vislumbro lo bajo, rememorando por un segundo tu perfume. Germina el sentimiento silenciado y de pronto mis ojos se humedecen, mojándose de nostalgia por el día en que te solté la mano.
El narcicismo despierta y me sonríe la mente, mencionándome todo lo conseguido.
Envuelto en oro y con aires de absoluta grandeza, piso el precipicio y salto.
Lo he conseguido, ingrávido floto, volando en un mar de éter social, transito lo puro y me siento por primera vez, tan elemental como el aire que respirás.

29 de marzo de 2011

el escape

La mañana no quiere aclarar, oscura y azulada se mezcla con el resto de las nubes, asesinando un alba abortado siquiera en el pensamiento.
El frío del otoño se refleja perfectamente en ese cielo tapado y mudo, o al menos así lo siente ella, que en silencio toma la última taza de café en su cuarto, apoyada en su triste ventana.
Su mente maquinó durante días, analizando la situación y las posibilidades, llegando a ese punto de inflexión donde el sentimiento se calla y uno visualiza el camino cegado, focalizando la línea blanca que se abre ante los pies únicamente anhelando un futuro desconocido.
Enciende un cigarrillo que destella la poca luz que irrumpe en la habitación, cortando narcóticamente la oscuridad del aire.
Lo fuma con intensidad, sofocando las penas con cada pitada que penetra su organismo con una inducida relajación, psicológico daño pulmonar que acalla el dolor del hoy.
Camina entre las piedras de su esencia, trastabillando en la duda pero, ya segura, las supera dejándolas atrás, a lo lejos, al igual que el cariño que solía despertar en ella lo que está abandonando.
Nada es fácil en su memoria, siempre fue su propia ayuda y muy lentamente genero lo que deseaba, o creía anhelar, superando todo riel.
Se mira la muñeca izquierda, esa que lleva impresa un nombre que aun hoy le saca una sonrisa de sus delgados labios, leyendo una por una las cinco letras que la tinta lee claramente.
Agarra una hoja vacía, la acaricia, la siente expectante, y a pesar de su verborragia interior, la lapicera esta paralitica, apagada, no sabe por donde empezar con un adiós nuclear, consecuencia de una fricción palpable, un ruido oscuro y molesto.
El papel rápidamente se llena con el signo de su sentimiento, cubriendo todo margen con un porque agotado y melancólico.
El corazón se le desata a medida que va concluyendo, siente los nudos aflojar y el oxígeno entrar por la despejada garganta, como una vaharada de vida blanca que sonríe a lo lejos.
Visualiza cada rincón decorándolo con pasado.
Está cansada, el cuerpo le pesa y la decisión la salpica con culpa, piezas sueltas de un rompecabezas perdido.
Toma su mochila y se envuelve de coraje, dando los pasos finales de un sueño que dejó de ser.
Pasa el último trago amargo, reviviendo el miedo del ayer por un momento, mientras deja la carta en su abrigo y se pierde en su pensamiento por segundos que se convierten en siglos.
La invade una inexplicable esperanza, ilusión de una cura a la razón, una luz que la abraza.
Cruza la puerta oyendo el sosiego, preguntándose en cuál de todos los remedios nadará para encontrar la prudencia de la paz.

10 de febrero de 2011

una flor

En el principio de mis tiempos, cuando la carne era magra y la moral estaba intacta acudí a vos en busca de una respuesta sentimental que explicase (o intentase hacerlo) toda la divinidad humana, lo universal que alberga el secreto.
Los días parecían caer ante nuestros pies y la voluntad podía más que todo nuestro alrededor que brillaba desenfocado y aburrido, escenario de nuestro camino infinito y moderno.
La soledad emanaba su perturbadora grandeza a medida que el inconciente crecía, hostigando el yo que, deprimido y acurrucado, huía a un lugar donde el dolor desatado no alcanzaba.
Como una realidad ajena, recuerdo caminar la vida sosteniendo tu mano con mis dedos, mirando la paz que tus ojos me brindaban.
Nuestro mundo fue cambiando, mutando hacia verdades desagradables y risas fingidas que ni el más puro acorde pudo disfrazar.
Pensábamos que el tiempo curaría toda herida, que todo podía superarse y que el peso de las mochilas desaparecería, flotando como el pasado, detrás nuestro, lo suficientemente cerca para recordarnos lo vivido pero nunca tan próximo como para rasgarnos.
Me pregunto como es que no vimos lo que venía, desviamos las miradas a un lugar mejor, imaginario soñado, ese paraíso final al que todo ser desea llegar y descansar.
Miro hacia atrás, al abismo en el que caímos por lo que hoy parecen años, deslizándonos en la nada, bebiéndonos a nosotros mismos y alimentándonos de la culpa que peinaba el eterno pozo.
Insaciables y recriminatorios escalamos el agujero, incapaces de distinguir la noche del día, olvidando la inocencia de la juventud, esclavos de un sentimiento agridulce y dual.
Superada la profunda melancolía, renacía entre las cenizas de lo transitado una nueva flor, oscura y espinada, que cargábamos entre la calma de lo ingenuo.
Todavía siento el gélido roce de la nieve que inundaba el recorrido, siempre a tu lado, por incontables inviernos afectivos en los que nadamos hacia una justicia ciega, unidos hacia un desamor inevitable y amargo.
Casi sin notarlo mi espalda dejo de apoyarse en la tuya, el adiós se acercó silencioso y perdido, instalándose en los corazones que se marchitaban emulando a las flores del camino.
Todo parecía igual, pero nada lo era, el cambio era rotundo y mudo; y callados quedaron los besos y las canciones que nos envolvían en una unión eléctrica.
Dejé de ser yo y dejaste de ser vos, aplanando el nosotros hasta quitarle la ultima letra al plural, asesinando cualquier seducido lazo invisible.
Las promesas se marcharon con un viento paralelo, secando las lágrimas que la tristeza generaba en nuestros cuerpos enamorados.
La ruta dejó de ser una, dividiéndose en dos lánguidas bifurcaciones que tristemente tomamos, enterrando un amor que siempre reencarnará, de la tierra, en una simple y oscura flor.

5 de enero de 2011

extasis

Te encuentro levitando en la afirmación, apoyada de costado con la piel activada y una expresión variante entre las ganas y la valentía, mostrándote sin el menor temor.
Sin miedos ni esperas contemplo tus relieves y acaricio lo profundo, sintiendo lo animal de mi carne que aclama a gritos la inverbe necesidad zoológica que padece.
Te empujo al juego químico del anhelo somático.
El océano físico me recubre a medida que contengo la respiración y emprendo un viaje acuático maravillándome con cada descubrimiento que tu forma me regala.
No hay anillos en nuestros dedos ni visiones de un futuro universal, el presente es lo único que importa, lo único que nos viste.
Rebosante de seguridad comienzo a rozar el pensamiento visual cuando te lanzás en un baile frenético y tenso, hablándome en un lenguaje que solo lo básico reconoce.
La luz inunda el cuarto, convirtiéndote en un idóneo momento, una intérprete mensajera de un secreto deseo.
Sumidos en una longeva lucha carnal besamos lo inmoral sintiendo lo puro de la raza.
Eclipsando el pudor reencarnamos las ansias bíblicas, la primera génesis de una pasión silenciosa pero renombrada.
Poseídos por el rombo corporal nos unimos, convirtiéndonos en uno.
El amor pinta el espacio en el que se respira vapor y sonrisas.
No existe la verdad ni la mentira, solo el incondicional y entero calor físico.
Voy preparándome en el éxtasis, huyendo de la razón y enfocándome solamente en recorrerte.
El viaje traspasa las fronteras terrenales y comienzo a flotar sin pensar, relajado en el trance sensorial que azota mi religión, la sublime unión eléctrica del rítmico impulso narcótico que solamente la piel puede ejercer.